En esto de la agricultura ecológica Galicia va camino de convertirse en una potencia, que diría Antón Reixa. Los datos que acaba de publicar el Consello Regulador dibujan un panorama alentador para un sector que no sólo resiste con firmeza los embates de la crisis sino que incluso crece en magnitudes significativas. Precisamente por esa tendencia al alza en la demanda en tiempos difíciles, entre los profesionales reina un clima de optimismo. Creen tener ante sí un futuro esperanzador en la medida en que cada vez son más los consumidores que están dispuestos a pagar un plus por la fruta, las verduras, las hortalizas, las conservas o la leche sabiendo que se trata de productos cien por cien naturales y por tanto más saludables que el resto.

Los productores ecológicos gallegos facturan ya unos veintiséis millones de euros al año. Se trata de una industria plenamente consolidada, a la que se van incorporando, por vocación y convicción o por mera supervivencia, nuevos pequeños emprendedores. Entre ellos, alguna gente joven que de ese modo retorna al ámbito rural que hace años abandonaron sus mayores porque no garantizaba un futuro digno. Así se va rejuveneciendo significativamente el sector primario, en el campo y en el mar, garantizando el imprescindible relevo generacional.

La producción agraria y ganadera gallega con sello ecológico es muy apreciada en toda España y se va abriendo puertas en Europa a un ritmo esperanzador. En ese ámbito Galicia se beneficia sin duda de la imagen que proyecta desde siempre hacia el exterior como un auténtico paraíso natural, verde y azul, de monte y mar, sin apenas actividad industrial contaminante y donde además nunca se llegaron a implantar sistemas de producción agraria o ganadera intensivas. Tampoco nos viene mal la creencia generalizada de que aquí muchos procesos de elaboración de alimentos se mantienen como hace más de cien años, aunque ahora tengan que cumplir las garantías sanitarias y los controles de calidad propios del siglo XXI.

Algo tiene que ver también con la eclosión de la producción ecológica gallega el buen trabajo del Consello Regulador, que preside José Antonio Fernández Álvarez. Su equipo de colaboradores y técnicos se viene esforzando a transmitir al mercado una sensación de fiabilidad a partir de un modo de hacer serio y riguroso, que logra superar los inconvenientes de los recortes en ayudas de los últimos años. Les gustaría poder hacer algo más en el terreno promocional, pero faltan recursos para llegar a nuevos nichos de mercado potencial. Tampoco habría capacidad para atender una demanda que creciera exponencialmente y además se perdería el atractivo añadido que tiene lo que escasea.

La asignatura pendiente en la agricultura ecológica, en la gallega como en cualquier otra, es la incorporación creciente de la innovación. Dicen los expertos que falta conexión entre la investigación y la práctica, tanto en un sentido como en el otro. Los investigadores trabajan en proyectos que apenas interesan a los productores y éstos no creen que los laboratorios sean capaces de proporcionarles los avances que realmente necesitan. Y eso que los productores ecológicos son por definición gente de mente abierta, de esos que no creen que todo esté inventado y que, sin embargo, con su trabajo de cada día demuestran que, si las cosas se hacen bien, nada hay más auténticamente moderno que lo tradicional.