Recordé, querida Laila, cómo disfrutabas de la Tertulia de Sabios en el programa La Ventana de la SER donde Carrillo, Herrero de Miñón y Portabella hablaban de lo humano y a veces hasta de lo divino. Si bien, cuando el debate cierto día derivó a este terreno de lo transcendente, Santiago Carrillo, con ese humor que lo caracterizaba, le dejó bien claro a Herrero que las múltiples coincidencias que tenían en tantos análisis y conclusiones eran siempre de tejas abajo y desparecían totalmente de tejas arriba. ¡Cómo te divirtió la fina ironía agnóstica del viejo comunista!

El recuerdo me vino cuando leí las declaraciones de Herrero de Miñón sobre el problema catalán o, por mejor decir, hispano-catalán. Reconoce Herrero que las aspiraciones catalanas ya no tienen cabida en el texto actual de la Carta Magna y que, por otra parte, su reforma sería muy difícil, por lo que la salida debiera ser "una mutación constitucional" parcial, que tratara el problema hispano-catalán de forma aislada mediante una nueva lectura constitucional que reconociese "la realidad nacional catalana". Fruto todo ello de un pacto de Estado que blindase competencias esenciales de Cataluña (lengua, economía, infraestructuras?) y que luego fuese votado por los catalanes. Esto podría hacerse a través de una disposición adicional nueva o utilizando la ya existente adicional primera.

Destaca la sugerencia de Herrero porque contrasta con el inmovilismo, el enroque en lo meramente jurídico, la ausencia de diálogo, el empecinamiento del Gobierno de España y de la Generalitat, así como el erial de ideas, proyectos y salidas en el que viven los principales partidos y sus capitostes. Destaca la sugerencia, pero entiendo, querida, que de poco puede servir. Primero, porque al día siguiente de hacerse realidad la propuesta, habría que volver a empezar, esta vez con el País Vasco y, luego, vete tú a saber. Segundo, porque la necesidad de cambios en la Constitución viene dada por muchos más asuntos que los que plantean Cataluña y Euskadi, tan cardinales como el reconocimiento de nuevos derechos ciudadanos y sociales, la reforma de la participación política y democrática o, por ejemplo, reformas en la Justicia, el Senado, la participación electoral, los partidos y un largo etc. Es decir, que aun sin las tensiones independentistas, la reforma de la Constitución es igualmente necesaria y perentoria y ha de abordarse por muy difícil que resulte hacerlo. Y tercero, porque la sugerencia de Herrero no tiene en cuenta en qué consiste hoy el independentismo realmente ni cómo podrían encajarse sus aspiraciones efectivas en una reforma del Estado integradora. El independentismo no es hoy, stricto sensu, un separatismo radical y absoluto, sino más bien la aspiración a cambiar la forma de gestión política de la irremediable interdependencia entre naciones y la mejor prueba de esto es que los independentistas para nada se conciben fuera de la UE, por ejemplo. Esta asunción de las aspiraciones nacionales, por un lado, y de la incuestionable interdependencia, por otro, sin duda abren espacio suficiente para abordar reformas del propio Estado que garanticen la convivencia. Pero para ello hay que dialogar y debatir sin trampa ni cartón y con serenidad democrática, cosa que esta generación de dirigentes no parece estar en condiciones de hacer.

Habrá que esperar, querida, a gentes nacidas ya con la Constitución vigente para que arreglen el asunto, pero los dirigentes actuales tienen la obligación de abrirse ya al diálogo y de liderar con equilibrio y sensatez el debate que, de hecho, ya se está produciendo en las entrañas de la sociedad. No solo por Cataluña.

Un beso.

Andrés