El marianismo, la forma en que Rajoy entiende y practica la política, ha venido para quedarse. Cada vez son más los políticos de todos los niveles que aplican esa misma fórmula, una especie de liderazgo de perfil bajo, convencidos de que constituye una garantía de éxito. Esa es la tesis que sostiene el politólogo y tertuliano habitual de radio y televisión Antón Losada en un libro que acaba de llegar a las librerías: Código Mariano. Desmontando a Mariano Rajoy. El objetivo confesado por el autor es intentar explicar cómo el marianismo llegó hasta donde está, lográndolo contra casi todo pronóstico. Y desde el preámbulo deja claro que no se trata de un libro a favor o en contra de Mariano Rajoy, si bien no faltará quien le busque el sesgo.

La obra, breve y de fácil lectura, es muy recomendable tanto para quienes tienen al actual presidente del Gobierno de España en un pedestal como para los que le consideran un pésimo gobernante. A unos y otros les conviene leerla para saber por qué los españoles le hemos otorgado a un tipo corriente y moliente como Rajoy, un pontevedrés nacido en Santiago, la mayor cuota de poder de la que haya gozado nunca un líder político en este país desde la restauración democrática. Algo tiene el agua cuando la bendicen, según la sabiduría popular.

La clave, según Losada, está en que Rajoy ha logrado ser percibido por su clientela electoral como un tipo normal. Nada de carisma. Mariano infunde confianza gracias a haber generado, después de treinta y tantos años ejerciendo la política activa, una determinada imagen pública a la que es concienzuda y absolutamente fiel, de palabra, obra y omisión. Es probable que ese singular perfil de personaje público romo, que no pretende aparecer como más inteligente, ni más audaz, ni más ocurrente que la mayoría de sus votantes, sea uno de los aspectos más valorados por la gente del común a la hora de elegir a un cargo público.

Si uno se para a pensarlo, a día de hoy la gente del PP que goza del apoyo ciudadano son en su mayoría émulos de Mariano, hombres y mujeres que siguen su estela, llegando a rizar el rizo en la estrategia de no llamar demasiado la atención, de gobernar con pulso firme, pero sin estridencias y con una mínima exposición pública. Los que iban de sobrados y hasta se atrevieron a seguir la hierba bajo los pies de Rajoy se han ido quedando por el camino, menos alguno y alguna que siguen sin darse cuenta de que son zombis.

Hasta Feijóo tiene últimamente un ramalazo marianista. Desde que se instaló en Monte Pío hasta hoy, don Alberto ha ido evolucionando de la autosuficiencia un tanto prepotente del que se sabe ganador indiscutible hacia un liderazgo más tranquilo. Ya no entra a todos los trapos, incluyendo los que no van con él, y empieza a delegar cada vez más en sus peones de confianza tanto en el campo institucional como en el partido. Y resulta de lo más predecible, nunca sorprende. También fue perdiendo el ímpetu del ejecutivo agresivo, incapaz de esperar a que un problema madure antes de hincarle el diente. A base de experiencia, debe haber comprendido que en la política, a diferencia de la gestión empresarial, hay que medir muy bien los tiempos, que no siempre es bueno ir por delante de lo que quiere la gente del común y sin embargo tampoco conviene perder la conexión con la calle, con las verdaderas inquietudes ciudadanas. Una las claves del marianismo consiste en transmitir la seguridad de que no se pierde el tiempo en politiquerías, ni en discusiones bizantinas. Que se está a lo importante, que especialmente en tiempo de crisis, son las cosas de comer y la salud. Y todo lo demás es lo de menos.