Un abrazo muy efusivo. Demasiado, para algunos. La felicitación del presidente de Iberdrola a Alberto Núñez Feijóo tras su primera toma de posesión, en abril de 2009, fue de las imágenes llamativas y que más dieron que hablar de aquella jornada. Entre Ignacio Sánchez Galán y el nuevo titular del gobierno gallego parecía haber una estrecha amistad, mucho más allá de una relación protocolariamente cordial. No hay duda de que se conocían de tiempo atrás y en ese conocimiento se adivinaba una cercanía personal rayana en la complicidad. Eso dicen quienes por estar allí, in situ fueron testigos directos del momento, aunque en el entorno del mandamás de Iberdrola siempre negaron que existiera una relación previa. Los malpensados atribuyeron la presencia y la actitud de Galán en un día tan señalado para Feijóo al innegable interés de la eléctrica en el futuro concurso eólico que el nuevo gobierno del PP se proponía convocar previa anulación del que, en medio de una gran polémica, había resuelto el bipartito PSOE-Bloque. La foto del abrazo fue esgrimida por quienes temían que Iberdrola fuera una de las grandes beneficiarias de las adjudicaciones de 2010. Al final solo se le concedieron dos de los trescientos megawatios que había solicitado, lo que a su vez, junto al generoso reparto de concesiones a pequeñas compañías autóctonas, le sirvió al presidente de la Xunta para sacudirse las suspicacias de los que se temían que las principales beneficiarios serían los gigantes del sector energético, sus multinacionales amigas.

Después hemos visto algunas fotos más de Feijóo y su amigo Galán en actos públicos en Galicia y en otros lugares de España. Da la impresión de que han seguido manteniendo una relación amistosa y a la vez de colaboración en asuntos de interés mutuo, aunque, como debe ser en estos casos, cada uno sabe y respeta el lugar que ocupa el otro. Pero ahora que Iberdrola hace público el encargo a Navantia-Fene de veintinueve plataformas para aerogeneradores marinos curiosamente no ha salido a relucir la dichosa foto del abrazo del Obradoiro, que tanta cola trajo en su momento. Es como si a casi nadie, y en ningún caso a la oposición, le interesara en este punto vincular la buena nueva para Ferrolterra con las simpatías de las que don Alberto goza en las altas esferas empresariales. Aunque fue la propia compañía la que lo hizo público, Feijóo tenía la primicia. Sabía de la operación con Navantia porque estuvo en el ajo desde el principio. Y algo tuvo que ver en que, esta vez, la parte de león del contrato se la llevara Galicia y no Andalucía, a diferencia de lo que sucede habitualmente con este tipo de pedidos, en los que solemos salir perjudicados si la asignación de la inversión o carga de trabajo se hace con criterios de rentabilidad política. Si bien es justificable con criterios técnicos, hay discriminación positiva a favor de la industria gallega.

En el sector subrayan que la cosa no es para lanzar las campanas al vuelo, ya que se trata de un contrato modesto. Sin embargo, constituye un hito para el naval gallego, que gracias a su capacidad tecnológica y a lo mucho que innovó y diversificó respecto a su actividad tradicional, entra a disputar un mercado, el del off shore, con un gran futuro por delante. La misma Iberdrola está diseñando otros ambiciosos proyectos en ese campo, de ahí lo importante que es dar la talla en este primer pedido. Y Feijóo, que no gusta de poner todos los huevos en la misma cesta, también está moviéndose discretamente con los demás potenciales clientes de los astilleros gallegos, ayudado por su fiel escudero en estos temas, el conselleiro de Industria, Francisco Conde, y sabiendo que tiene el apoyo de Rajoy, para quien, aunque no pueda decirlo abiertamente, Galicia es una prioridad política, por la cuenta que le tiene. Un serio retroceso electoral del PP aquí indicaría un cambio de ciclo y vendría a ser indiscutiblemente el principio del fin de Mariano.