Es de rabiosa actualidad el debate creado, en torno a nuestro sistema universitario y su financiación, por la secretaria de Estado de Educación, FP y Universidades, aludiendo a la insostenibilidad del actual sistema. Toda una declaración de intenciones que, desde mi punto de vista, entronca perfectamente con las últimas evoluciones en este ámbito promovidas por el entorno del ministro Wert. Tema crítico e importante, que les propongo hoy. Vamos allá.

Miren. Seré claro. Es evidente que el sistema universitario español es insostenible, y entiendo que así tiene que seguir siendo, y así lo es, mucho más, en muchos de los países a los que llamamos "de nuestro entorno", a los que miramos cuando queremos compararnos. Aquilatemos conceptos: sostenible es aquello que, por definición, genera al menos tantos ingresos como gastos, de manera que su cuenta anual de resultados no le lleva a pérdidas. La Universidad -la gran Universidad, sin que sea extrapolable a pequeñas experiencias concretas- es insostenible por definición, porque las matrículas de los alumnos, los servicios generados por los laboratorios y servicios de la institución académica, el alquiler de espacios y lo cobrado por las concesiones administrativas, entre otros insumos, no compensan los ingentes gastos derivados de la actividad académica e investigadora. ¿Y qué? ¿Acaso aquellos aspectos que consideremos prioritarios -como el ligado a la institución universitaria- no merecen ser pagados -a fondo perdido- vía Presupuestos Generales del Estado? Para el ciudadano medio sí. Y, más aún, me parece que es difícil que pueda ser de otra manera. Este tipo de inversión es insostenible, por definición, y se llama "servicios públicos", que junto con las transferencias sociales, las intervenciones normativas y las intervenciones públicas ligadas a la esfera laboral, conforman el llamado "Estado del bienestar".

Otra cosa es que sea importante gestionar bien la Universidad, focalizar bien los esfuerzos, eliminar la actual duplicidad de titulaciones y exigir un buen desempeño a sus trabajadores. Con todo eso concuerdo, y creo que ahí hay mucho camino que desbrozar y muchas peculiaridades que limar. Pero, aún así, la Universidad será insostenible, y no será bueno que pretendamos lo contrario. Los países más avanzados dedican importantes esfuerzos a la inversión en todos los niveles educativos, incluido el universitario. Esfuerzos a fondo perdido, que salen directamente de las arcas públicas. Otros tratan de mejorar y ponerse al día. Conocí de primera mano, por ejemplo, la campaña de sensibilización 7% es la Nota, destinada a promover un incremento del presupuesto de educación en Nicaragua hasta un 7% del global del país centroamericano. O los esfuerzos institucionales y multilaterales para intentar pequeños logros de incremento de tales ratios en países africanos todavía mucho peor dotados en materia, en general, educativa. Ese es, para mí, el camino. Otra cosa es la disquisición sobre la pertinencia o no del nivel impositivo que soportamos en España, y si este debería ser mayor o menor, para contar con más fondos que destinar a las cosas importantes e imprescindibles, como la salud y la educación públicas. Pero esa es otra guerra, en la que si nos vamos a comparar con los países nórdicos, tendríamos que hablar de sueldos, y no sólo de impuestos, siendo insultante plantearlo de otra manera... Un ámbito de análisis -el de los impuestos- que no deberíamos ligar, en absoluto, con el debate sobre la universidad española, so pena de caer en demagogia estéril e inoportuna.

El equipo del ministro Wert parece que pretendiese adelgazar los títulos universitarios de grado hasta el mínimo posible, con el afán de reducir más y más la Universidad española y, a fuerza de hacerla magra, derivar el gasto de la educación superior, vía máster, a los propios alumnos, o sea, a las familias. Una curiosa forma de gastar menos en Educación, encareciendo así muchísimo el coste de la misma, y creando una verdadera brecha educativa en nuestro país, de difícil reversión. Como antaño. Y, al tiempo, favoreciendo a las instituciones educativas privadas, otros actores relevantes del sistema, no cabe duda, pero cuyo crecimiento y fortaleza -buenos en sí- no han de ser edificados a costa de una demolición buscada de lo público justo por parte de quien deberia tener el mandato de fortalecerlo y modernizarlo.

Si la Universidad estuviese mejor dotada, sería capaz de atraer capital privado -como en otros países-, y conectar mejor con el tejido empresarial. Y si su mapa de titulaciones y su entronque con la sociedad no estuviesen diseñados a veces desde el corto plazo y la visión local, también mejoraríamos. Pero de esto no tiene la culpa la actividad universitaria en sí, sino otras interferencias con la misma. Es necesario apostar por la educación, ya no como forma de que nuestra sociedad sea más sostenible económicamente, sino social y culturalmente. El retroceso en estos ámbitos es, a día de hoy, palpable. Y viene de largo.

Soy un enamorado de lo sostenible, pero en lo que toca. Salud y educación son máximas prioridades para nuestro pueblo -que es el dueño del dinero de todas y todos- y son algunas de las claves -junto con Servicios Sociales Básicos, por ejemplo- esenciales para edificar una sociedad más justa, con más oportunidades y con una menor brecha social. Aquí no toca apelar a la sostenibilidad. Toca gastarnos lo de todos, con mucha mayor razón que en infinidad de otros ámbitos, mucho más discutibles. Si yo fuese la secretaria de Estado, pues, no insistiría en el argumento de la sostenibilidad económica de la Universidad española, que no es pertinente en esta batalla, y me iría más a intentar mejorar el rendimiento, la eficacia, la eficiencia y la puesta al día de tal institución. A ilusionar a su personal, a veces a sacar a parte de él de su letargo, y, como no, a velar por una definitiva mejor evaluación del desempeño en el ámbito académico e investigador. Y, todo, asumiendo que se trata de un ámbito insostenible per se, que también lo es en otros países, y por el que hay que apostar, con convencimiento y lealtad hacia la institución académica.