Nicanor Acosta Alonso fue un cura rojo, militante del Partido Comunista, de aquellos que plantaron cara al franquismo utilizando la religión como una herramienta transformadora de la realidad política y social que les tocó padecer a las generaciones de la posguerra. Por ello dio con sus huesos en la cárcel. Allí, compartiendo celda con otros religiosos revolucionarios, se afianzaron sus convicciones ideológicas y empezaron a fraguarse los fundamentos de un sacerdocio laico. Fue una breve etapa carcelaria, que sin embargo operó en él una profunda transformación personal, que le llevaría a colgar la sotana -de la que nunca fue muy amigo- para comprometerse, a perpetuidad, en la lucha contra cualquier forma de injusticia.

La Comisión para Recuperación de la Memoria Histórica de A Coruña decidió distinguir este año a Nico como Republicano de Honra, en justo reconocimiento a cincuenta años de compromiso social, del que han sido testigos directos los habitantes de Agra do Orzán. Un modesto bajo de la calle Barcelona le sirve de hogar, a él y a una variopinta serie de colectivos y entidades, y de actividades que desafían el concepto de la economía lucrativa. Él se siente muy cómodo en el barrio, que es uno de los cívicamente más dinámicos y de mayor densidad poblacional de la ciudad y donde el mestizaje ha definido un paisaje humano casi único en Galicia.

Es habitual la presencia de Nico en el salón de plenos del Pazo de María Pita. Lo considera como una obligación de ciudadano comprometido, en la medida en que le permite tener información de primera mano de lo que se cuece en el Consistorio y valorar el comportamiento de los principales actores de la vida municipal. Ahora, como en etapas anteriores, goza del respeto de la mayoría de los concejales, incluidos los que están en sus antípodas políticas, que no dejan de reconocerle coherencia y generosidad en la defensa de las causas en las que cree. También, multas aparte, recibe un trato bastante respetuoso de los agentes policiales. Casi todos le conocen y puede que alguno hasta le admire, o incluso sienta simpatía hacia su figura, viéndole participar, siempre en actitud pacífica, en cuanta movida se monta en A Coruña por parte de los preferentistas estafados, las plataformas antidesahucios, los movimientos que reivindican mejoras en servicios o equipamientos públicos, en las Marchas de la Dignidad o en las sucesivas secuelas del 15-M.

Para sus cercanos, lo que mejor define el talante vital de Nicanor Acosta es su impronta pacifista. Cree en la fuerza de la razón, como palanca transformadora. Fue uno de los fundadores del Seminario Galego de Educación para a Paz hace ya treinta años. También de esa época proviene su implicación en defensa de los derechos de los inmigrantes, un colectivo que A Coruña le tiene como referente de primer orden, desde los latinoamericanos a los africanos, en su mayoría senegaleses, llegados por oleadas a la ciudad herculina en las últimas décadas y especialmente castigados por la dichosa crisis económica.

Siguiendo su intensa trayectoria vital, se entiende que para Nico el republicanismo viene a ser un forma de estar en el mundo y de entenderlo, la manera más plena de ejercer la ciudadanía desde la radicalidad democrática. Es lo que él práctica con toda naturalidad en su día a día, de ahí el título de Republicano de Honra. Y como otra gente con la que comparte activismo, tiene la impresión de estar viviendo en este trance histórico las vísperas de una nueva República. Todo está en cuestión y la gente de la calle parece recuperar el protagonismo de la vida pública que le fue usurpado por las élites, no sólo económicas, también por los aparatos de los partidos, por lo que algunos ahora denominan la casta. No será, seguramente, un cielo en la tierra, pero sí un tiempo nuevo que realimentará los viejos ideales que nunca murieron, pero por los que muchos perdieron la vida.