Es lo que se desprende de sondeos propios y ajenos. En el cuartel general de Ciudadanos, en Barcelona, siguen creyendo que obtendrán en A Coruña el mejor resultado de toda la Galicia urbana. Hasta el último minuto consideraron la posibilidad de no presentar lista ante la suspicacias que levantó la cercanía al Partido Popular de algunas de las personas que se manejaban para los primeros puestos. Fueron esas buenas expectativas electorales, unidas a la insistencia de algunos militantes coruñeses de buena fe, lo que hizo que el equipo de Albert Rivera diese in extremis su brazo a torcer y permitiera a un grupo de antiguos afiliados de UPyD utilizar su marca para concurrir a las elecciones del 24 de mayo.

Es el propio alcaldable Yago Folla-Cisneros quien se preocupa de aclarar, tantas veces como se le pregunta, que él y su gente provienen de la plataforma Encuentro, integrada por un grupo de personas que en el seno del partido de Rosa Díez llevaban tiempo reclamando, infructuosamente, una confluencia con los naranjitos. Su trayectoria política se limita a un paso más bien breve por UPyD, a la que se incorporaron porque entonces era lo que había. Hasta que Ciudadanos decidió implantarse en el conjunto de España, la formación magenta fue el refugio natural de los gallegos de ideología centrista -también de los desengañados del PP- empeñados en acabar con el bipartismo y revitalizar la democracia.

La dirección nacional de Ciudadanos es consciente de que lo de A Coruña es como una franquicia. Han cedido la marca para que la explote gente de entrada ajena a la empresa, con los indudables riesgos que eso comporta. Lo mismo o algo muy parecido hicieron en muchas otras ciudades y en comunidades autónomas, en aras de aprovechar al máximo el tirón que ahora mismo tiene el partido por sí mismo y su joven líder con independencia de quiénes sean o dejen de ser los candidatos concretos. A quien en realidad van a votar los coruñeses no es a un desconocido Folla-Cisneros, sino a la gran estrella mediática Albert Rivera y al partido emergente que él personifica (y nunca mejor dicho).

Ciudadanos tiene en A Coruña la campaña hecha de antemano. No necesitan patear las calles, ni dar charlas, ni repartir propaganda, ni reunirse con los colectivos vecinales y sociales. Miles de coruñeses les votarán el 24-M sin necesidad de conocerlos, sin saber casi ni quién son. En las actuales circunstancias, ser unos perfectos desconocidos fuera de su círculo familiar, de su entorno profesional o más allá de su vecindario, lejos de un inconveniente, puede llegar a comportar una ventaja competitiva. Carecen de pasado político, no cargan con ninguna mochila que pueda poner en tela de juicio su propósito de traer aires nuevos a la vida pública local.

Basta asomarse a determinados foros de internet para comprobar cómo muchos antiguos votantes populares muestran sin reparo su intención de votar a Ciudadanos. También esperan el apoyo en las urnas de sectores del vazquismo que se sienten defraudados por el PP al que se arrimaron, por afinidad, tras la marcha de Paco Vázquez. Pero ni unos ni otros verían con buenos ojos que los de Albert Rivera se limitaran a ser comparsas de Negreira o se sintieran obligados a inclinar la balanza de la gobernabilidad hacia la derecha por su condición de centristas. Claro que tampoco sería fácilmente comprensible para el conjunto de la ciudadanía herculina que en el probable escenario de un corporación muy fragmentada se pusieran de perfil, sin asumir responsabilidades, con tal de no mojarse, y no quedar marcados ideológicamente de cara a futuras confrontaciones electorales donde, ahí sí, aspiran a ser decisivos.