Hay, en la cotidianeidad, evolución e involución. Lógica y absurdo. Mejora y empeoramiento. Y así, navegando entre cada uno de esos pares de extremos, discurre la vida. Y, con ella, el Derecho. Ese corpus jurídico del que nos dotamos para, se supone, hacer mejor nuestra convivencia. Derecho lógico y absurdo, mejor y peor y, también, que nos lleva a evolucionar o a involucionar. Hoy, en estas líneas, les presento una de esas decisiones oficiales que, desde mi punto de vista, es absurdo, involución y empeoramiento. Y más aún, un sinsentido. Pasen y vean.

Me refiero a la reciente posición del Tribunal de Justicia de la Unión Europea sobre donación de sangre por parte de personas homosexuales. Una sentencia que deja la puerta abierta a que algunos de los países miembros puedan vetar tales donaciones y que, aparte de una discriminación sin ningún sentido, no se atiene ni al más elemental sentido común ni a la realidad de lo que hoy ocurre en el mundo. Esta es mi visión sobre ello, y aquí está para compartirla con ustedes.

Para empezar, les diré que se trata de un jardín delicado tratar de etiquetar a los homosexuales. ¿Por qué? Pues, para empezar, porque la inmensa mayoría de los denominados -desde una óptica de salud pública- HSH, hombres que tienen sexo con hombres, no son oficialmente homosexuales y, en bastantes casos, jamás reconocerán tales prácticas. Tienen encuentros esporádicos heterosexuales o viven una relación heterosexual, están casados o no, o practican la eterna soltería, y también utilizan diferentes métodos para tener encuentros con otros hombres. Los mismos, apóstoles de la discreción, jamás reconocerían esto ante una hipotética pregunta antes de donar su sangre, por lo que la validez de tal tipo de aseveración por su parte es nula. Ser o no ser homosexual no otorga carta de naturaleza, y cualquier procedimiento para tratar de segregar a churras y merinas sería, de facto y por definición, trabajo baldío. Y más en nuestra sociedad posmoderna, donde una buena parte de las nuevas generaciones han evolucionado hacia un cierto patrón bisexual. Lo cuenten o no.

En segundo lugar, porque aunque la transmisión del VIH es hoy, mayoritariamente, por vía de relaciones sexuales, no es cierto que el elenco de HSH se lleve tanto el gato al agua. Tanto las relaciones hombre-mujer como las de un mismo sexo están lastradas, en términos de orden de magnitud, por el mismo número de contagios del virus. Prohibir o desaconsejar sólo la donación en términos de relaciones homonucleares promiscuas es discriminatorio y, a la vez, técnicamente absurdo e inútil.

Sí que es cierto que las personas más jóvenes, homosexuales o no, desatienden más y de forma continuada las más elementales medidas de prevención, de alguna manera alentados por el hecho de la cronificación farmacológica de la enfermedad. Se constata tal tendencia y se ven hoy conductas verdaderamente preocupantes, independientemente de la orientación sexual de tales personas. Sólo un tratamiento educativo verdaderamente bien trabajado puede combatir el desaguisado de la mala praxis personal, y a este no ayuda un planteamiento segregacionista como el de la UE.

En tercer lugar, finalmente, creo que es de agradecer a cualquier persona, independientemente de su orientación y sus prácticas sexuales, que quiera compartir con los demás algo tan íntimo y personal como su sangre. Tal persona es la que, en conciencia, debería hacer un examen sobre el riesgo que asume desde el punto de vista de relacionarse o no con los otros, y a partir de aquí decidir donar o no. Si esto se ve complementado con un buen sistema de cribaje y testeo por parte de la administración sanitaria, con la aplicación de los mejores estándares disponibles en calidad microbiológica de los fluidos obtenidos de la donación, el problema está resuelto. Por contra, entiendo que es un camino estéril y desaconsejable la estigmatización gratuita de todo un colectivo, aunque el mismo hoy resulte un tanto difuso.

Miren, amigos, ¿han echado un vistazo a tantas y tantas edificaciones con luces de colores que están salpicadas a lo largo de nuestras carreteras? Esos, y tantos otros, también son lugares para la promiscuidad -casi cien por cien heterosexual- y para la transmisión de ETS de toda índole. Poner el foco de la problemática sólo en determinados comportamientos o identidades es, como poco, de escaso rigor. Si lo que se quiere es gastar menos en testeo microbiológico de la sangre después de la donación, entiendo se pueda preguntar, como forma de desestimación, algo así como si el posible donante ha tenido o no relaciones sexuales promiscuas. Eso suena más neutro. Pero tratar de pivotar todo el rigor de la descalificación sobre prácticas o personas concretas, es pobre o, aún peor, discriminatorio e inaceptable. La clave no es la orientación sexual, sino los comportamientos de riesgo.