El próximo martes se celebrarán elecciones generales en el Reino Unido. A torys y laboristas se les considera prácticamente empatados, sin que ninguno de los dos grandes partidos tengan posibilidad de alcanzar la mayoría absoluta. Habrá más pactos que los que se auguran para nuestras municipales y autonómicas. Parece que los laboristas pueden llegar a perder la mayoría de los escaños correspondientes a Escocia, su tradicional feudo; allí los nacionalistas barrerán, recuperados tras su derrota en el referéndum separatista, y la nueva líder/lideresa, Nicola Sturgeon, alardea de que el próximo año comenzará a exigir otra consulta para irse de la Unión. Los liberales de Clegg carecen de posibilidades al igual que los antieuropeístas del UKIP, pero ambos pueden ser decisorios para la constitución de gobierno, bien sea conservador o laborista.

Así están las cosas en Gran Bretaña, pero el gran público, hasta ayer, estaba pendiente de otra cuestión para los ciudadanos más importante, ajena a los comicios legislativos aunque relevante por lo que atañe a la Jefatura del Estado, pues afecta a la línea sucesoria de la Corona: el parto de la duquesa de Cambridge. Ha sido niña y Londres se ha teñido de rosa hasta el Puente de la Torre. En estas cuestiones a cursis no hay quien gane a los británicos. Las apuestas sobre si sería niño o niña, y el nombre que se impondrá a quien ya ocupa el cuarto puesto en la lista de sucesión al trono, hicieron subir las apuestas a cifras impensables en cualquier otro país. La versión británica de la revista ¡Hola! agotará en las Islas las existencias de papel cuché, y los tabloides se han olvidado de Cameron, Miliband, Clegg, Sturgeon y Farage; no son noticia al lado del parto de la princesa Kate. Había más gente ondeando banderitas ante el Palacio Real que en todos los mítines electorales juntos. Así son los británicos y no les ha ido mal con su forma de ser. Lo que más nos gustó fue el pregonero de la campana anunciando el feliz acontecimiento. Se rumorea que en nuestro ayuntamiento se creará una plaza de pregonero, con tricornio y casaca, para anunciar los éxitos edilicios futuros que esperemos sean más abundantes que los de los últimos tiempos.