Escribí en el pasado mes de octubre de 2014 sobre Kailash Satyarthi. Fue cuando le otorgaron el Nobel de la Paz, compartido con Malala Yousafzai. En el caso de Kailash, el galardón tuvo que ver con su trabajo a favor de la erradicación de las prácticas abusivas en el terreno del trabajo infantil. Un reconocimiento a una labor de años, que tuvo un hito claro en el año 1998. En ese momento, coordinado en España por Intermón Oxfam y con la participación de cientos de organizaciones de toda índole, distintos grupos de niños trabajadores recorrieron el mundo llevando un mensaje claro: no a la explotación laboral infantil. Y el mensaje caló.

El acto final de La Marcha fue realmente impresionante. Nos juntamos en la Sede de la Organización Internacional del Trabajo, en Ginebra, y allí pudimos asistir a diferentes ponencias y debates. El más agrio, sin duda, se lo recordaba también en el anterior artículo. Sucedió cuando dos formas contrapuestas de entender el trabajo infantil se midieron ante un público comprometido con el tema. Por un lado estaba el antedicho Kailash Satyarthi, inmerso en la realidad asiática, donde reivindicar en aquel tiempo que los niños no trabajasen era ciencia ficción condenada al más absoluto de los fracasos. Las manitas de los niños eran las mejores para ciertos trabajos textiles delicados, y lo poco que les daban por ello permitía la supervivencia de toda su familia. Por eso Kailash abogaba por el fin de la explotación, y el establecimiento de normas claras y tajantes para que los niños pudieran compaginar tal actividad -solo unas pocas horas diarias- con la más importante para ellos: la educación. Por otro lado, el catalán Jordi Vila, director de Defensa de los Niños Internacional, DNI, y otra persona de referencia en la protección de los derechos de los menores. Jordi, una persona inmersa en la realidad latinoamericana, y en particular boliviana, pensaba bien diferente. Él defendía, sin dudarlo, el fin de toda la práctica laboral de los niños que, según su criterio, solo debían acudir al colegio y nunca trabajar. ¿Quién tenía razón? Los dos, sin duda. Y es que el contexto marca. Y mucho...

Ayer, recordando esto con Xosé Cuns -hoy en EAPN, Red Europea contra la Pobreza Galicia- y leyendo en su blog las palabras escritas por Ramón Ferreño, quien por Intermón Oxfam Educación coordinó la Marcha en Galicia, volví a evocar aquellos días. ¿Por qué? Pues porque mañana mismo, jueves, Kailash estará en A Coruña, en lo que constituirá una magnífica oportunidad para conocer de primera mano la reflexión de quien lideró un movimiento internacional y, a partir de ahí, siguió construyendo alternativas que nos hacen a todos mejores. Y es que la repercusión de todo aquello fue y es grande: muchas fueron las marcas que tuvieron que modificar sus políticas y auditar con criterios de responsabilidad social a sus propias contratas. Muchas cosas mejoraron, aunque es bien cierto que todavía persisten problemas y situaciones difíciles, y que este ha sido tiempo de evolución e involución. Pero ese precisamente es el reto, sobre todo de cara al futuro. En este momento crítico, de punto de inflexión de tantas cosas, estamos sembrando lo que será la sociedad del mañana. Y todas y todos, a través de nuestra escala de valores, de nuestras creencias e ideas y de nuestras prácticas concretas, tales como el acto de elección de unos u otros productos, contribuimos a modelarla. En función de cómo lo hagamos, las personas de dentro de unas décadas serán más o menos vulnerables, y tendremos todos menos o más oportunidades.

Más allá de la temática concreta de la lucha de Kailash y la Marcha, me gusta poner a este movimiento como ejemplo de muchas cosas. Para empezar, por el enorme esfuerzo de generosidad que implicó esconder los logos individuales, para convertirnos todos en "La Marcha", sin fisuras. A partir de ahí, la enorme importancia de las confluencias, las convergencias y los consensos, por encima de las disensiones. Era evidente que el enfoque no era el mismo en todos los casos, empezando por Jordi y Kailash, pero aprendimos a reconocer puntos comunes antes que diferencias, a veces insalvables. Luego, la ilusión. Poder tangibilizar en aquellos chavales lo que teóricamente nos afanábamos en explicar, fue un soplo de aire fresco y un gran empujón de potencia y capacidad. Y, por último, la camaradería. "La Marcha" fue, sobre todo, un punto de encuentro fantástico, a lo largo y ancho de todo el mundo.

Con todo, mañana veremos y escucharemos a Kailash, en lo que veo que va a ser un gran encuentro. He llamado a la organización para ver si todavía es posible acudir a la conferencia y, a pesar de la gran capacidad del auditorio, solo me han dado la opción de ir a otra sala, a través de vídeo, ya que las entradas del auditorio están agotadas desde la semana pasada. Bien, allí estaré, y les aseguro que me llena de alegría tal situación. ¿Por qué? Pues porque esto quiere decir que, realmente, tal temática despierta mucho interés. Un buen augurio, sin duda, para que la misma se mantenga en la agenda ciudadana, la personal, de cada uno de nosotros, elemento base para que de ahí salte a otras instancias, y nunca muera en nuestra conciencia colectiva la necesidad de mejorar las condiciones globales de fabricación de tantos productos que forman parte de nuestro día a día. Y que, no lo olvidemos, los fabrican personas. Y, a veces, personitas.