El Sa Carneiro es el mejor aeropuerto de Galicia. Se puede decir más alto pero no más claro. Que el alcalde de Oporto haya lanzado esta afirmación en un acto del Eixo Atlántico en A Coruña, lejos de constituir una provocación -algo impensable en un tipo tan correcto y elegante como el regidor portugués-, debería servir para que los ayuntamientos que salgan de las elecciones del próximo día 24 se pongan de acuerdo, entre ellos y con la Xunta, para tomar cartas en el asunto. Porque lo que se ha venido haciendo hasta ahora convierte en imbatible a la terminal lusa, como reconoce sin medias tintas el presidente Feijóo. La actual política aeroportuaria, si es que hay tal, está visto que solo beneficia a las compañías aéreas, algunas de ellas pescadoras expertas de subvenciones en el río revuelto de los localismos a la greña.

Los datos hablan claro. El aeropuerto de Oporto, gestionado por una empresa francesa, mueve unos seis millones de pasajeros al año, y subiendo, cuando los de A Coruña, Santiago y Vigo no llegan ni de lejos a sumar tres millones. Se estima que por el Sa Carneiro pasaron el año pasado más viajeros de los que usaron la terminal coruñesa y el objetivo que tienen marcado para el actual ejercicio es que la cuarta parte de sus usuarios sean gentes procedentes o con destino final Galicia. La clave del éxito portuense, que duplicó su tráfico en apenas una década, está en la apuesta por las compañías de bajo coste -la principal operadora, con diferencia, es la irlandesa Ryanair- y en las millonarias subvenciones públicas. Se calcula que en 2015 recibirá del orden de veinticinco millones de euros.

Por ahí se nos va cayendo un mito. El éxito del Sa Carneiro no se debe solamente a ser el único aeropuerto del Norte de Portugal, un área densamente poblada, la más próspera y desarrollada de Portugal, ni a estar gestionado por técnicos con criterios profesionales, sin interferencias políticas, buscando la eficiencia y la rentabilidad. El aeropuerto de Oporto también recibe ayudas oficiales, camufladas en convenios, campañas de promoción turística, etc. De esa forma no levantan sospechas en la burocracia de Bruselas, en la instancia comunitaria que vela por la sacrosanta competencia, esa que por lo visto brilla por su ausencia en el negocio del transporte aéreo de pasajeros en el viejo continente.

No hace falta que lo diga su alcalde. Si el aeropuerto de Oporto es el mejor de Galicia es, también y sobre todo, porque así lo deciden cada día muchos miles de gallegos, ciudadanos de a pie, hombres de negocios, empresarios, etc. Ellos son también quienes mejor entienden la idea de la Eurorregión, esto es, la existencia de un espacio socioeconómico común integrado por las provincias gallegas del sur y la región norte de Portugal. En ese ámbito los flujos humanos, de capitales y de mercancías, en uno y otro sentido hace tiempo que desbordaron la frontera política, que nunca llegó a pasar de ser una simple raya en un mapa político.

El sistema aeroportuario gallego, tal y como funciona actualmente, no sirve al interés de país. A decir de los expertos ajenos a los intereses cantonalistas, lo ideal para Galicia sería un único aeropuerto, eso sí bien dotado y adecuadamente comunicado con las principales áreas urbanas, compitiendo a cara de perro con el de Oporto. Pero tenemos tres, sin que nadie pueda plantearse en serio cerrar ninguno de ellos. De ahí que solo quepa la coordinación, a ser posible por medio una fórmula que plasme en la realidad la acertada idea -por ahora un mero eslogan- de un destino, tres terminales. Y, por la experiencia de los sucesivos fiascos en los intentos de coordinación, eso va a tener que venir impuesto desde arriba, por la autoridad competente. Como la fusión de municipios. A la manera de las lentejas: si quieres las comes y si no, las dejas.