Para hoy martes no me habría dado tiempo a ofrecerles una opinión meditada sobre los resultados del domingo, por lo tanto me aventuro en este folio guiado por lo que he leído en El secreto del señor Miquel (La Vanguardia, 22/05/2015) gracias al consejo una buena amiga, que se ha dejado la piel y un tobillo como candidata en estas elecciones.

Las elecciones no siempre fueron así, quizá sí parecidas, Mariano José de Larra obtuvo su acta de diputado por Ávila en segunda vuelta a las Cortes de 1836 con apoyos gubernamentales y de caciques locales; a cambio, él gestionó, como benefactor, influencias para agradecer los favores a postulantes y colaboradores en el tráfico de influencias. Seguramente no es este el Larra que nos contaron en el bachillerato y que todo les suena ya conocido.

Por fin, Don Mariano había entrado en política, a pesar de su proclamada independencia y, a pesar de su progresismo, lo hizo en un partido moderado, renunciando a sus colaboraciones en El Español para integrarse en el más conservador El Mundo. Supongo que Pedro J. Ramírez lo habrá tenido en cuenta en su viaje de vuelta, dejando a la fuerza el periódico fundado y amenazando para el otoño con la cabecera de El Español.

Todo esto no le salió gratis a Larra, tuvo muchos rechazos sociales y sostuvo muchas contradicciones, que le llevaron a la angustia y a la depresión. Esta situación anímica seguramente también influyó en su decisión de quitarse la vida más de lo que se cuenta en los manuales de historia de la literatura, según los cuales su suicidio se debió al fracaso amoroso de un joven romántico. Larra estaba descontento con la herencia de Fernando VII, no era él solo, y con la regencia de María Cristina; también con los progresistas de Mendizábal, el desamortizador de los bienes de la Iglesia católica.

En segunda convocatoria, en agosto de 1836, fue, por fin, elegido diputado por Ávila con 477 votos, frente a los 254 y 29 de sus adversarios; no olvidemos que el sufragio universal masculino tardaría bastante en llegar y el de las mujeres, casi cien años; lo que regía era el sufragio censitario que restringía el derecho a voto a los hombres con determinados niveles de renta, posición social y nivel cultural. Para ser elegido tenía que demostrar una renta de 90.000 reales anuales y él solo percibía 20.000. Parece que esta realidad veraz nos lleva a pensar que su cambio de cabecera editorial no llega para demostrar su solvencia para ocupar el escaño, por lo que, incluso, llega a figurar como empresario de un establecimiento de jabón y seguimos con la doble moral.

El pronunciamiento de los sargentos de La Granja le deja sin su acta de diputado, desmoralizado y desencantado de su experiencia.

Hoy no sabemos quién se pronunciará, ni cómo actuarán las jaulas de grillos, a la vista de lo ocurrido en Andalucía hasta ahora. Es asombroso que Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, condesa de Bornos y grande de España, antigua ministra de Educación, y sus comilitones sigan cosechando votos. Quizá todos debiéramos repasar la historia del siglo XIX.