Además de una referencia de primer orden, como siempre lo fue, ahora Feijóo es el que queda. El resto de los barones regionales del PP perdieron pie o simplemente se desmoronaron con los resultados del 24-M. Algunos anuncian ya su intención de dar un paso atrás, con todas las consecuencias. Lo hacen para propiciar una renovación en profundidad de la estructura de poder y el liderazgo del partido, al que otros, también desde dentro, recetan un reseteo. Quizá se refieran más bien a un formateo, por lo que tiene de limpieza a fondo del disco duro, con la posibilidad de instalar un nuevo sistema operativo y actualizar programas que ya no sirven o sustituirlos por otros, que son los ahora se necesitan.

Ojo al dato. Don Alberto se ha convertido en el único de los actuales diecisiete presidentes autonómicos que gobierna con mayoría absoluta holgada, sin necesidad de coaliciones ni pactos puntuales. Su poder se cimenta en el gran éxito que supuso derrotar al bipartito PSOE-BNG, en 2009, confirmado y aumentado tres años después, aprovechando la misma corriente de fondo que él mismo había contribuido a desatar y que permitió a Rajoy mudarse a La Moncloa, otorgando a los populares la mayor cuota de poder de la que haya dispuesto un solo partido en España desde la restauración democrática de finales de los 70.

Muchos de los hasta ahora pesos pesados del PP, esos que reclaman a Rajoy que tome nota de los malos resultados electorales, que mueva ficha o que se mire en el espejo, creen que Feijóo es el mejor -y casi el único- recambio posible para, llegado el caso, defender con garantías las posiciones del centro derecha en la batalla presidencial de finales de año. También a ciertos poderes económicos y mediáticos con base en Madrid o incluso en Barcelona, desencantados con el marianismo, les tranquiliza saber que el presidente de la Xunta está ahí, en disposición de asumir el reto de evitar el desastre que para ellos supondría que el nuevo frente popular, nucleado por Podemos, se haga con las riendas del Gobierno de España.

Entre tanto, Feijóo se afana en que propios y extraños crean que sigue apostando por Rajoy, a pesar del revolcón que acaban de darle las urnas locales y autonómicas. En su entorno dejan caer que el líder del Pepedegá se ha ofrecido incluso a colaborar con Moncloa y Génova en el intento de reconducir o atemperar el debate interno para que no erosione aún más el crédito político del presidente del Gobierno, ya de por sí muy seriamente menguado por los últimos reveses electorales. Don Alberto no ayudará a derribar el árbol ni se contará entre los que hagan leña de él. Eso sí, seguirá mandando claros mensajes para que Mariano haga cambios significativos en la estructura de mando del partido y en alguna cartera ministerial.

Dicen que Feijóo, sin ser un don Tancredo, tiene casi tanta aversión como el propio Rajoy a las aventuras y a las improvisaciones. Está convencido -y a los hechos se remite- que a la gente del común le gustan los liderazgos previsibles, en tanto en cuanto inspiran confianza. Los prefiere siempre, pero especialmente en situaciones de crisis. La doctrina del núcleo duro del Pepedegá es que hay que apoyar a Rajoy, no solo porque es gallego y su gobierno trata bien a Galicia, sino también porque generar inestabilidad abriendo a esta alturas el melón de una posible candidatura alternativa, sería una absoluta irresponsabilidad. Ya bastante incertidumbre crean en los mercados la mayoría de los nuevos actores políticos que se van a hacer con la gestión de ayuntamientos y comunidades como para añadirle el suspense de un juego de tronos. Es bien sabido que el dinero es muy medroso, y aunque el capital no vota ni gobierna, tampoco es neutral. No tiene color político, pero sí intereses, que se resumen en la sentencia popular de que con las cosas de comer no se juega.