También este año pasó casi sin pena ni gloria, dado el escaso relieve institucional de la efeméride y su correlativo mínimo eco mediático. Debe ser por eso que la inmensa mayoría de los gallegos ignoran la existencia de un Día de la Ciencia en Galicia, que este año se dedicó a homenajear a la oceanógrafa ferrolana Ángeles Alvariño, una mujer pionera en muchos aspectos de la investigación marina. En sus primeras ediciones, la conmemoración, más que para reconocer a destacados investigadores con proyección nacional e internacional, sirvió para llamar la atención de los gallegos de a pie sobre lo poco que sabemos sobre nuestra contribución histórica como país a los más diversos avances científicos y técnicos, algunos de los cuales han mejorado directa o indirectamente nuestra vida diaria.

Está visto que los científicos gallegos no gozan ni por asomo del prestigio de nuestros hombres y mujeres de letras, a los que se consagra un día al año, el diecisiete de mayo, declarado festivo. Se trata de una fecha inamovible desde hace más de medio siglo, marcada en rojo en el calendario lectivo y laboral, entorno a la cual se programan solemnes actos académicos, precedidos de actividades escolares, manifiestos y declaraciones y a veces también -como acaba de suceder este año con Filgueira Valverde- de un cierto debate social sobre determinados aspectos del personaje al que se honra o sobre el valor de su obra.

Cualquier estudiante gallego de Secundaria o Bachillerato no demasiado brillante es capaz de nombrar, más o menos de carrerilla, a tres o cuatro grandes autores de nuestra literatura, sean poetas, novelistas o ensayistas, empezando seguramente por Rosalía de Castro y Castelao. Sin embargo, de entrada no le saldrá ni un solo científico de origen galaico. Hasta puede que se sorprenda al descubrir que algún sabio que reconoce o del que ha tenido referencia alguna vez como destacado científico tiene vinculación directa con Galicia. Otro tanto sucedería si preguntásemos por las raíces gallegas de determinados descubrimientos y adelantos que nos resultan de lo más familiares y que tal vez por prejuicios o por puro desconocimiento tendemos a atribuir a genios de muy lejanas latitudes.

La profesora Alvariño, que por algo da nombre a un buque del Instituto Español de Oceanografía, fue, además de un enamorada del mar y sus misterios biológicos, una científica de primer nivel, una precursora de la moderna oceanografía, en aquellos oscuros años de la posguerra, los del "que inventen ellos", cuando aún era escasa la presencia femenina en aulas universitarias de ciencias y no digamos en los laboratorios. Su elección como referencia del Día de la Ciencia en Galicia 2015, justo al cumplirse diez años de su fallecimiento, tiene mucho ver con la intención de los académicos de incorporar a una mujer al cuadro de honor en el que ya figuran el Padre Feijoo, Parga Pondal, Aller Ulloa o Cruz Gallástegui.

La Real Academia Galega das Ciencias aprovecha el reconocimiento a la oceanógrafa Ángeles Alvariño para empezar a poner en valor el trabajo -todavía bastante desconocido- que a lo largo de las últimas décadas vienen desarrollando investigadores gallegos de diversas instituciones públicas y privadas para un mejor conocimiento y un aprovechamiento racional y sostenible de las riquezas pesqueras de nuestros mares. Destacados biólogos marinos, con reconocida autoridad, en la materia hace tiempo que reiteran la llamada a la responsabilidad de todos, no solo de las flotas, y advierten de que la pesca en Galicia solo tiene futuro si además de con las redes autorizadas y las otras artes tradicionales, pescamos con cabeza, con sentidiño, y no caemos en la tentación de convertir la inmensa riqueza de las costas gallegas en una gallina de los huevos de oro. Porque ya se sabe cómo acaba el cuento...