En este multinacional territorio hispano, desde la instauración democrática (abril de 1979) y pasadas las elecciones municipales y autonómicas (24 de mayo de 2015), la antigua AP, reconvertida en el PP, sigue considerando que España es su feudo particular y, desde aquellos lejanos días del famoso caso Naseiro, donde se intuyeron los primeros brotes de financiación irregular, tiempo han tenido los conservadores para crecer y multiplicar sus contactos externos, buscar personajes de distintos y variados pelajes que medrasen al socaire de la corrupción y de los corruptores. Pero todo se trastoca. Las líneas divisorias varían. Cambian los lindes. Cada cabecilla quiere más y cada segundón colocarse en mejor posición para obtener pingües favores y beneficios. Durante años hemos padecido estas maneras de alcanzar fama y poder, sin que nadie llegase a percibir hasta dónde llegaba la finca de la derecha española (amparada por instituciones de dudosa democracia, ocultas bajo el manto de militares, jueces e iglesia que, en su día, deberían haber sido depuradas ) siempre fría, lejana y altiva, lo importante eran los conseguidores, no la forma, ni el fondo ni el qué ni cuándo ni dónde ni cómo se utilizaban aquellos fondos ilícitos. Ahora estamos en otro momento político. El PP ha intentado, sin éxito, provocar el miedo entre los electores. La irracionalidad se ha puesto de manifiesto en las declaraciones y escritos hechos públicos por el Gobierno de Rajoy y sus fanáticos emisarios y tal resquemor se manifiesta en las soflamas con las que nos obsequia Esperanza Aguirre, condesa de Bornos y Gran de España, que ha perdido el juicio al pregonar, malintencionadamente, que España camina hacia su desaparición como Estado plurinacional. ¿Qué mente retorcida y calenturienta puede expresar su rencor llamando incultos y majaderos a los que voluntariamente acudieron a votar? La citada ha dicho que no sabemos votar, que lo que nos conviene a todos es volver a lo conocido, porque aquellas formaciones (PP y PSOE) tienen experiencia. Curiosamente la derecha desprecia las nuevas formaciones. Lo suyo sigue siendo la corrupión, el incumplimiento de programas y la desestimación de las personas y su ideas.

El extremismo verbal llega a niveles impensables. A la altura democrática a la que, afortunadamente, hemos llegado, nadie ideológicamente formado puede achacar la debacle del PP a la puesta en escena de las nuevas formaciones, quemando a los conservadores y elevando el riesgo de incendio, hasta convertir en cenizas todo el sistema político y socio-cultural del Estado. Habida cuenta que los nuevos son unos pirómanos, afirmación de la aguerrida Aguirre, habrá que volver a la Gürtel y otros latrocinios patrios que son señas de identidad perfectamente instauradas y definidas en el territorio nacional. La verborrea utilizada por la aristócrata madrileña pretende enmarcar la actual política dentro de, por lo menos, dos corrientes: de un lado, citando a la República de Weimar (así llamada por reunirse en dicha ciudad la asamblea Nacional Constituyente, periodo convulso que trascurre desde la derrota del Imperio alemán -Deuts Reich- en la Gran Guerra desde 1918 a 1933) al nazismo. De otro, vuelve el comunismo y los soviets; la vía a la izquierda de la izquierda creada como asambleas de barrio para coordinar a la ciudadanía y que fueron el germen de la instauración del comunismo en Rusia.A la ideóloga del más duro liberalismo, del derechismo en su estado puro, le ha quedado en el tintero el Libro Rojo de Mao y sus secuelas norcoreanas. ¡Todo se andará!

A la vista de la condesa nos hemos asegurado el cataclismo, ¿qué otros males padeceremos? La gran madrileña nos lo dirá. Aunque la verdad es que estaría un poco más favorecida calladita.