Al final se cumplieron los pronósticos. El Partido Popular solo gobernará en adelante una de las siete grandes ciudades gallegas, Ourense, y ya veremos por cuánto tiempo y a qué precio. En todas las demás le tocará liderar la oposición. Un papel que en muchas de ellas asumirá en concurrencia competencia con partidos que le impidieron acceder a la Alcaldía o retenerla, a pesar de ser la fuerza más votada, a veces con diferencia. A la plana mayor de los populares se lo recordaba algún barón de puertas adentro, en las recientes reuniones de los comités nacionales y regionales en las que se analizaron los resultados del 24-M: de haber cambiado a tiempo la ley electoral local para reforzar las mayorías salidas de las urnas, blindándolas frente a pactos entre perdedores, otro gallo les estaría cantando ahora. Pero, por lo que fuera, no se atrevieron.

Y, una vez asumida la pérdida de la mayor parte del poder local que ostentaba hasta ayer mismo, lo que le preocupa a los de Feijóo es que en varias de las ciudades donde hubo acuerdos de investidura no habrá bipartitos, ni tripartitos, sino que gobernará una única fuerza o plataforma, aunque sea en posición de franca minoría. En palabras del presidente de la Xunta, los hay que tiran la piedra haciendo alcalde a quien no ganó las elecciones y luego esconden cobardemente la mano abandonándolo a su suerte, al no corresponsabilizarse de la gestión. Así sucederá en más de un caso, con las consecuencias que ya se irán viendo.

Por la cuenta que le tiene, a don Alberto le gustaría que en esos concellos se repitieran los patrones de funcionamiento del bipartito PSOE-Benegá que, comandado por Touriño y Quintana, gobernó San Caetano entre 2005 y 2009 y de coaliciones similares a nivel municipal, que, por las dificultades de cohabitación, tantos réditos le dieron al Pepedegá. Está visto que el ciudadano de a pie no acaba de aceptar como normal que dos o tres partidos que comparten la cama del poder se pasen el día mal avenidos, tirándose los trastos o simplemente buscándose las cosquillas unos a otros. Y el electorado tiende a penalizar esas actitudes con severidad en las urnas, no así los gobiernos a dos si se entienden entre ellos, repartiéndose los puestos de mando, o no se rozan demasiado.

Aunque las mareas como tales son heterogénas, si gobiernan ellas solas es improbable que cometan el error de trasladar a la opinión pública desencuentros o disfunciones a la hora del marcar la hoja de ruta de la gobernación local. Tampoco habrá apariencia de jaula de grillos si los nuevos ejecutivos locales multicolor consiguen, por difícil que sea, un mínimo de transversalidad o simplemente son capaces de escenificar conjuntamente las grandes decisiones estratégicas. Para ello están trabajando, desde antes incluso antes de ser investidos, algunos regidores que tienen bien aprendida la lección del bipartito.

Si no ya hoy, será a partir de mañana cuando se perfilen las fórmulas y programas de mínimos de los nuevos gobiernos municipales de varios partidos. Los propios interesados reconocieron en las tomas de posesión que queda mucho trabajo por hacer, sin que se pueda descartar algún que otro fiasco, en casos donde la investidura fue posible a costa de que alguna de las partes se tapara la nariz o mirara para otro lado frente a las ínfulas, salidas de tono o excesos pretenciosos del alcaldable elegido. Porque, lo vendan como lo vendan, en las negociaciones entre partidos en general no reinó la transparencia. Sabemos poco de lo que se coció y, como siempre, trascendió tan solo lo que interesaba a alguna de las partes contratantes y no todo lo que tenía derecho a saber el sufrido ciudadano de a pie, cuyo interés era lo que estaba en juego en el tira y afloja que no se nos contó.