Compartí con ustedes unas ideas, en el artículo del pasado sábado, en torno a la llamada "crisis del agua de Ferrol". Una contaminación por trihalometanos que, detectada e informada según los procedimientos al uso, daba para mí poco más que hablar sobre el tema. Un riesgo bastante calculado, típico de estos meses de verano en que hay mucha mayor concentración de materia orgánica en los pantanos, en la que puede haber formación de trihalometanos a partir de la misma y en la que el objetivo de la actividad inspectora es un cierto control para evitar valores altos de estos derivados halógenos del metano durante largos períodos de tiempo. No hay más cera que la que arde. La actividad de control ha funcionado y se han tomado las medidas oportunas. Punto.

Viendo el devenir del asunto, me entristezco. ¿Por qué? Porque, una vez más, el mismo ha trascendido el ámbito meramente técnico para saltar a arenas donde nunca debiera haber estado. Cruce de acusaciones entre estamentos políticos, desconocimiento supino del tema asociado a fenómenos de histeria absolutamente injustificados, demonización del eslabón más débil y, a la postre, la visibilización de una sociedad inmadura e inculta, profundamente sectarizada en bloques y en la que es imposible aludir al bien común. Me conozco la historia, incluso en primera persona, quizá con algunos de los protagonistas cambiados. Una lástima. Una nueva reedición del patrio "quítate tú para ponerme yo". Mero ruido para conversos.

El alcalde y el Ayuntamiento de Ferrol son, en este nuevo caso de nuestra Galicia negra, víctimas de esta historia, profundamente amplificada desde determinados intereses y planteamientos, y donde determinadas técnicas de comunicación son irresponsables. Ni conozco al alcalde de Ferrol ni estaré de acuerdo con él en muchos temas, pero eso no significa que no haya que hacer honor a la verdad -ay, la verdad- y decir que buscar cualquier derivada de otro tipo en este rocambolesco episodio es, como mínimo, ciencia ficción. La contaminación por trihalometanos es un riesgo conocido por cualquier ingeniero que trabaje en el sector, y basta con la provisión de un mecanismo de alerta temprana -como el que existe en Galicia, de la mano de la Xunta y sus técnicos cualificados- para que podamos estar tranquilos. En este caso, se ha detectado el pico y se ha actuado en consecuencia. Comprendo que pueda ser incómodo no poder beber el agua ni cocinar con ella durante unos días, pero no hay más. Tener un sistema de agua para una ciudad tiene estos pequeños inconvenientes, que hay que saber asumir con paciencia y tranquilidad.

Una vez más, Ferrol ha saltado a la palestra pública por aquello que no debía saltar. Sus "fuerzas vivas" solo saben dar una imagen de caos y confrontacion, en vez de trabajar unidas por un futuro con ciertos visos de sostenibilidad. Las espadas, siempre en alto en esta Galicia errática del siglo XXI, vuelven a caer con todo su peso sin saber ni a dónde apuntan, y hay un cruce de acusaciones puramente basadas en manuales políticos, y no en la técnica y en la potencia que deriva del conocimiento. Sucedió lo mismo en otras ciudades, con otros episodios, porque el conocimiento y la razón no son valorados. Solo el griterío y las consignas más iletradas.

Cualquier sistema de potabilización de agua en el mundo es susceptible de presentar valores altos de trihalometanos en momentos puntuales. La prescripción, a partir de ahí, implica cesar en su consumo y propiciar que la red se ventile hasta que las analíticas aconsejen la idoneidad del líquido elemento desde ese punto de vista. Así se hizo. Nadie contaminó el agua, sino que es la propia dinámica de la cloración la que, por interacción de tal elemento halógeno con los ácidos fúlvico y húmico, produce tales compuestos indeseados. Siempre es así. Y siempre, cuando se detecta al cabo de unos días, se suspende el consumo. A nadie le va a pasar nada porque unos días beba agua con un poco más de trihalometanos. Es la ingestión durante largos períodos de tiempo de aguas con valores altos la que está relacionada con toxicidad. Así como suena.

No nos dejemos manipular, que tenemos muchas cosas importantes que resolver y bastantes retos reales a los que hacer frente. El ejercicio irresponsable de la política, verdaderamente, destruye. Nos estamos jugando el presente. Nos estamos jugando el futuro. Y las actitudes sectarias, de todo tipo y surgidas desde la calle o desde el más rancio de los salones, no nos dejan ver el desierto conceptual en el que estamos convirtiendo nuestro entorno.