Más de veinte años han transcurrido desde que, allá por agosto de 1994, un grupo de empresas gallegas, encabezado por Fenosa, las cuatro cajas de ahorros de entonces y el Banco Pastor, con el respaldo político de la Xunta de Fraga, decide poner los cimientos de lo que desembocaría en el Grupo Gallego de Cable. El objetivo era dotar a Galicia de una moderna red de fibra óptica de última generación, al mismo nivel de las que por entonces se empezaban a desplegar en las grandes áreas urbanas de España. Al mismo tiempo, se pretendía que esa infraestructura fuera planificada y gestionada desde aquí, priorizando el interés general de nuestra comunidad por encima de las cuentas de resultados de las grandes operadoras de telecomunicaciones o incluso de potenciales inversores extranjeros.

En 1998, como era de esperar, el Grupo Cable gana los tres concursos convocados para cablear Galicia en competencia con la por entonces aún pública y casi monopolística Telefónica. Por el camino, y aún sin creer demasiado en aquel invento, se habían subido al carro pequeñas y medianas empresas gallegas de los más diversos sectores, mientras algunos de los fundadores abandonaban el barco temiendo que aquello terminara en un naufragio. Porque las aguas de lo que se empezó a denominar sector TIC estaban muy revueltas. Aquello era sin duda un mundo de oportunidades de negocio casi tan grandes como la incertidumbre que las envolvía.

Rompiendo casi todos los moldes del marketing al uso entonces en Galicia, nace la marca R, que actualmente figura entre las más reconocidas y reputadas por los gallegos en el ámbito de las telecomunicaciones. Detrás del ambicioso proyecto, un brillante y bien compenetrado trivote directivo, cien por cien gallego, formado por el financiero Julio Fernández Gayoso, al mando de Caixanova; el ejecutivo de Fenosa Honorato López Isla y un auténtico gurú tecnológico y estratega empresarial, Arturo Dopico, que fue en última instancia el artífice directo de lo que hoy es una referencia entre las operadoras regionales de cable.

El de Gayoso fue un empeño casi personal. Más allá de creer en su rentabilidad, no tenía duda de lo estratégico del proyecto, por lo convencido que estaba de los riesgos que podía comportar que Galicia también perdiese el tren de la sociedad de la información. La salida de Unión Fenosa como accionista de referencia obligó a Caixanova a redoblar la apuesta, hasta que la entrada de los fondos británicos CVC propició un blindaje frente a las pretensiones compradoras de otras empresas del sector. Luego vino la fusión de las cajas, la nacionalización y la llegaba de los venezolanos de Banesco, con una decidida política de desinversiones para ganar liquidez y solvencia.

Si ninguna de las principales entidades promotoras de R sigue a día de hoy en manos gallegas, y hasta alguna ya ni existe, y desde 2010 es CVC quien manda, a nadie puede extrañar que la cablera con sede en A Coruña sea absorbida por una Eukaltel empeñada en controlar el negocio de la fibra óptica de todo el Norte de España. Aquí algunos se empeñan en hablar de fusión, pero los periódicos vascos lo presentan como una absorción pura y dura, con respuesta positiva del mercado bursátil y el convencimiento por parte de algunos analistas de que la operación expansiva no acaba ahí. Como siempre, hay un explícito compromiso de mantener la marca, la estructura local y el equipo gestor de la compañía gallega. Pero resulta poco creíble, vistos los antecedentes de otras empresas coruñesas que en los últimos tiempos pasaron por trance similar. Algunas eran cabezas de león en su sector y de casi todas ellas, por no quedar, no queda ya ni la cola del ratón.