Hablar en agosto de la lluvia? Pues, si me lo permiten, a ello me dispongo en estas líneas. Y no sólo como un ejercicio meramente estético, o un juego o baile de palabras. Ya saben ustedes que la lluvia tiene su papel, crítico, dentro del ciclo del agua. Y si uno se asoma a la vida teniendo eso muy claro, puede hasta encontrarle su encanto. Que lo tiene, y especial.

Hemos tenido unos meses de gran sequía. Tanta, que los verdes prados de nuestro entorno se han convertido en un secarral. Los embalses, que generalmente garantizan sin demasiado esfuerzo nuestras necesidades de agua, han comenzado a quejarse. Y la lacra y peste de los incendios forestales, mucho más complicados de apagar en tales circunstancias, está ya ahí. Necesitamos agua. Y eso, traducido a la vida corriente, significa que necesitamos lluvia.

Sin agua no somos nadie. Sin agua, morimos. Si tiene usted tiempo y dinero para viajar, le puedo acompañar a visitar a las mujeres de Mtumba, Tanzania, de aquella asociación llamada Estrella del Desarrollo -Wakinamama Nyota Ya Maendeleo en kiswahili-, que supieron darle un impulso a su vida a través del acceso a más y mejor agua. Los kibutz de Israel son otro ejemplo en el que un verdadero desierto pasó a ser otra cosa a través de un importante esfuerzo en gestión del agua. Y en Etiopía, país verdaderamente mágico allá donde los haya, los bancos de agua y su gestión comunitaria están dando nuevas posibilidades a poblaciones diezmadas por la sequía y por el consumo de aguas no seguras. El agua cambia la vida.

El agua es bella. Nadar bajo la lluvia o el granizo es, para mí, uno de los placeres más grandes de estar vivo. Correr envuelto en vapor bajo un orballo suave, tamizado por las ramas de los árboles en un bosque húmedo, como la Fraga do Eume, es vivificante y te deja como recién vuelto a nacer. Eso y, después, apurar la carrera hasta el infinito para desembocar, cual río, en una playa desierta y, despojado de ropa y otras zarandajas, entregarse al océano en helado abrazo que templa el calor de la práctica deportiva.

Llover serena el espíritu. Recuerdo alguna tarde en Centroamérica, justo después del mediodía, el momento en que chaparrones fuertes y decididos tapaban con su cortina de agua cualquier atisbo de sol, que reaparecía en media hora en medio de un aire mucho más limpio y puro, casi pareciendo el paraíso. O la brisa húmeda de goterones lacios en la galerna, en medio del mar, mientras los hombres tratábamos de poner orden en un lío de jarcia y velamen, marcando el rumbo hacia alguna rada donde pasar una noche, casi siempre bella y tranquila, bajo la bóveda del cielo más lindo que hubiéramos imaginado.

El agua es parte importante de nosotros, y al revés. De nuestras acciones y actitudes se deriva una mejor o peor agua. El ser humano y su presión sobre el ciclo del agua es una de las amenazas más grandes para la sostenibilidad del planeta. Por eso es un terreno sensible, en el que hay que ir con cuidado.

Con todo ello, me han alegrado estos días de lluvia. No por quien vive del verano, ni por quien haya visto deslucidos o desbaratados sus inversiones o su época de temporada alta, en un entorno económico en que cada euro perdido puede ser un drama. Pero, con una visión más general y sopesándolo todo, me alegro de que haya llovido. Y, al igual que algún chamán del altiplano boliviano que invoca al líquido elemento, sueño con que llueva sobre mis cuatro tomates poco lustrosos, o que el agua haga menos raquítico el maíz de la finca de enfrente. Todos los maíces, los choclos y los jojotos, la sara, la zara, el millo, oroñas y panizos, que viene a ser lo mismo. Todos ellos nos alimentan y de todos estamos necesitados.

Buen agosto y buen verano. Y si usted está de veraneo por aquí, tenga paciencia. Somos lo que somos y tenemos lo que tenemos por esta agua santísima. No nos repudie por ella. Es parte de nosotros. Y se la ofrecemos, mezclada con sol, arena y playa, bosque y cariño...