Cuentan que una de las iniciativas más originales de cuantas se presentaron en el Parlamento Europeo versó sobre el pisotón que un futbolista infligió a otro del equipo contrario.

La presentó Raül Romeva, un parlamentario de origen madrileño que ahora encabeza la lista de Junts pel si, esa especie de falangecatalanatradicionalistaydelasjons que insta la secesión de Cataluña.

Además, como si el toque nacionalista no consistiera en desatinar, en su primera comparecencia pública como cap de la llista avisó él de que aquello no era fingido "ni cosa contrahecha ni de burla".

Así que, ni aunque Rajoy depusiera su sesteo, llegarían a tiempo aquellos trenes cargados de psiquiatras que Vidal-Folch pedía para Cataluña ante las primeras muestras de la bogeria.

Entonces? què farem ara? ¿Qué haremos ahora cuando el soberanismo toca a rebato las campanas del cisma sin chanza ni vuelta?

No nos cabe sino prepararnos para responder al desafío de ese movimiento nacionalista que olvida que en la Europa actual no existen pueblos sino sociedades, por no reconocer la suya como diversa.

Un poble en marxa resuelto a depurar "democráticamente" a millones de conciudadanos, desposeyéndolos de sus derechos y convirtiéndolos -gratis et amore- en extranjeros de la noche a la mañana.

Un poble que, habiéndose procurado sus "judíos", acaso camine, "prietas las filas", hacia su Beit Macht Frei, lema y divisa de los campos de exterminio. Porque aunque algunos quisieran establecer diferencias, el nacionalismo tiene una sola médula que, si discurriera envuelta en tegumentos de distinto calibre, hermanaría a todas las corrientes en la común resolución de matar por el "pueblo" que inventa, antes que en la de morir por él.

Por tanto? què farem ara? Ahora sólo cumple que nos preparemos para dar respuesta al desafío? Habrá de darla el Gobierno de España? Pero, ¿qué Gobierno saldrá de las elecciones generales del próximo otoño?

El PP a lo suyo anda como siempre, porque, aunque tenga a gente como Fernández Díaz para decir bobadas y distraer, lo suyo son las plusvalías. Turnándose sin que se note, sucediéndose acordados desde hace tanto, a ellas ha conseguido atraer al PSOE. A tal punto, que la izquierda institucional española perdió pie en la blandura de las alfombras cortesanas y perdió también allí su propia forma de estar en el mundo. De ese modo, convenida con la derecha en su elasticidad moral, dejó de percibirse como garantía de equidad y justicia, como esperanza de redención... Perdió allí lo que fue logro de la socialdemocracia que transformó Europa.

El Gobierno de España que saliera de las elecciones generales de otoño tendría que dar respuesta -legal y cabal- al desafío de la Generalidad, pero, minada su legitimidad por la corrupción y acomplejado por el origen dudoso de algunos dirigentes, el PP podría soslayar su obligación de acometer alguna de las medidas excepcionales que la Constitución contempla y la gravísima ocasión pudiera exigir.

No parece la opción más atinada por mucho que quien es todavía presidente del Gobierno nos asegure que, "con la ley en la mano", "está preparado" para afrontar el asalto. ¿Tanto como lo estaba para impedir que se pusieran urnas aquel 9 de noviembre? ¿Más aún que entonces?

Tampoco el PSOE está hoy mismo en condiciones. Atraído a los vicios del poder, aspira aún, erre que erre, vano o loco, a aplacar la borrachera secesionista con un federalismo que desprecian quienes siempre se pensaron mejores y nunca iguales.

Y si no pudiera el PP ni tampoco el PSOE -acaso ni juntos pudieran- encarar aquel encono con garantías de restablecer la cordura, ¿quién podría?

¿Podría Podemos? ¿Podría Echenique, que se proclama "activista a tiempo completo", como si lo mismo que la acción valiese la propaganda o tal vez la agitación?

Tampoco los dirigentes más redentoristas de la formación han definido mejor su posición respecto del golpe supremacista que prepara la Generalidad.

Hubieran podido hacerlo cuando por aquí pasearon anteayer abrazados a Beiras y el promotor de la Declaración de Barcelona se les ofrecía como un neomoisés para separar con su báculo las aguas de "las mareas" en el camino de la Tierra Prometida.

En cualquier caso, resulta impropio encomendar la defensa de la legalidad que nace de la Constitución -nuestro único baluarte ahora mismo- a quienes se hubieran propuesto derogarla para demoler lo que ellos llaman "Régimen del 78" y sustituirlo quizás por un modelo chavista contrastado por Monedero. Un modelo injusto y arbitrario con millones de venezolanos atenazados por la estrechez y el crimen, que campa a sus anchas. Un modelo "populista" en el que los humildes, cada día más desesperanzados, se encomiendan antes a los Santos Malandros que al Gobierno.

En otro caso, quizás para sustituirlo por el modelo que Syriza pensó para Grecia. El que Tsipras y Varoufakis levantaron para someter a la codiciosa troika, que podría acabar con Europa, pero después de que ellos hayan convertido el suyo en un país definitivamente fallido, si no en un imposible sueño de pastores.

La Generalidad anuncia un golpe de estado y de las elecciones de otoño habría de salir un gobierno presidido por quien con toda la legitimidad y toda la autoridad que fuera necesaria pudiese plantarle cara sin complejos.

Alguien que sin conculcar nunca la Constitución tampoco la hubiera usado como burladero. Alguien que propusiera su reforma para rescatarla del muladar al que otros la arrojaron. Alguien que la defendiera porque con ella hubiera defendido, digna y valerosamente, el país de todos ante los sediciosos?

Acaso Albert Rivera, que conoce al monstruo porque ha vivido en sus entrañas.