Atribuir la moción de censura de Boimorto a la perfidia política de Feijóo y Rueda es mucho atribuir. Ni siquiera Negreira y Calvo, máximos dirigentes del PP provincial, pueden ser responsabilizados sin más de una maniobra política ejecutada a título particular por un concejal socialista pero independiente, por las razones que él sabrá, pero que en cualquier caso da como resultado que el pequeño municipio coruñés, de poco más de dos mil habitantes y cuna de la cantante Luz Casal, sea gobernado por el grupo político preferido por una amplia mayoría de los habitantes del lugar.

El día 14 se materializará una moción de censura calificada de fraude por sus damnificados. Que se sepa no hay un solo indicio, únicamente sospechas de que el edil José Balado -de cuya honradez desconfían, ahora, a toro pasado sus compañeros de lista- haya obtenido o vaya a obtener algún tipo de beneficio o prebenda a cambio de apoyar al alcaldable popular. Por acusar, hasta se le acusa, entre otras muchas cosas, de ser, si no el autor intelectual, al menos partícipe imprescindible de una habilísima e inédita estrategia para sortear la legislación antitransfuguismo. Técnicamente, no es un tránsfuga quien no llega a integrarse en un grupo municipal, sino que directamente se declara edil no adscrito. Y además se da la peculiar circunstancia de que ninguno de los candidatos socialistas es afiliado al PSOE, a pesar de ser el partido que ostentó la Alcaldía en los últimos años.

Por donde quiera que se mire, casos como el de Boimorto (ya no digamos el de Miño) justifican sobradamente la necesidad de reajustar ciertos aspectos del actual sistema electoral de modo que los futuros gobiernos municipales sean el reflejo más fiel posible de la voluntad ciudadana expresada en las urnas. Xosé Luis Rivas, Mini, antiguo voz de Fuxan os ventos y actual alma máter de A Quenlla, recibió algo menos de un 20% de los apoyos de sus convecinos, que en cambio otorgaron al PP un 40 y un 35 al Pesedegá. El aún alcalde nacionalista no obtuvo el respaldo que tal vez se merecía su labor de coalición con los socialistas, quienes tampoco rentabilizaron como cabría esperar sus largos años de gestión, posiblemente por el cambio de cartel al que se vieron obligados por la renuncia de un regidor veterano y carismático para sus administrados.

Al edil que hace posible el rápido relevo en la Alcaldía de Boimorto le llueven las acusaciones de grueso calibre. Vendido y traidor son casi de las más leves. Como suele ocurrir en estos casos, se trata de echarle el pueblo encima. Algún día se conocerán las verdaderas razones de su conducta. Por ahora, nadie le concede el beneficio de la duda. No se considera ni siquiera por un momento la posibilidad de que le haya parecido poco serio entregar la Alcaldía a una fuerza política que consiguió dos concejales de trece o que se haya arrepentido de acceder al chantaje de una minoría sobre el segundo partido más votado.

Después de lo que pasó en la Diputación de Lugo, con un alcalde socialista que no aceptó el veto de Benegá a su aspiración de ser presidente y prefirió entregar el Gobierno provincial al PP, grupo mayoritario, en el PSOE gallego harían bien en hacérselo mirar. Parece que hay militantes cualificados, destacados dirigentes y cargos electos que no aceptan trágalas, como regalar bastones de mando que les corresponden simplemente para evitar que caigan o se mantengan en manos del Partido Popular. Y a la hora de entender situaciones como la de Boimorto no debe perderse el elevadísimo componente personal de las elecciones municipales frente a cualquier otra cita electoral, en especial en los pueblos pequeños. Ahí las siglas, las ideologías y no digamos los programas pasan a un segundo plano. Que se lo pregunten al anterior alcalde boimortés, que fue concejal del PP en plena era Fraga, después se presentó como independiente para desembocar finalmente en el PSOE en la etapa del bipartito.

Está visto desde la perspectiva del ciudadano de a pie, tan poco serio es establecer acuerdos postelectorales de despacho (o de cantina) para evitar que gobierne el que gana en las urnas, como obstinarse en ver maniobras orquestales en la oscuridad en el comportamiento individual de alguien que es posible y razonable que tan solo pretenda llamar la atención sobre un despropósito político del que tampoco desea ser corresponsable o simplemente desea desfacer un entuerto, del que se siente culpable, antes de que sea demasiado tarde.