Se acabó el buen rollo en María Pita. Caretas fuera. La oposición, con negativas y abstenciones, acaba de impedir a la Marea Atlántica aprobar su primera modificación presupuestaria, en un pleno un tanto bronco donde unos y otros empezaron a representar de verdad el papel que tienen asignado tras el 24-M. Para general sorpresa, hasta ahora, se había impuesto el guante blanco en la dialéctica política. Un exquisito fair play de todos para con todos, entre quienes asumen la responsabilidad de gobierno, como entre los que hicieron posible la investidura de Xulio Ferreiro como alcalde sin corresponsabilizarse de la gestión municipal, o por parte de aquellos otros que hasta ayer gobernaban y han sido condenados al duro banco de la auténtica oposición. La impostación tocó a su fin y en adelante cada palo aguantará su vela.

El espectáculo plenario no fue lo que se dice edificante. A los ediles de la Marea se les veía muy contrariados por no poder sacar adelante un expediente casi de trámite, de esos que cuando el alcalde tiene mayoría absoluta apenas se debaten, ni son noticia en sí mismos, por su aparentemente escasa trascendencia política. El Benegá cumplió la amenaza de votar en contra para enseñar los dientes y marcar territorio, tal vez también en respuesta a la actitud crítica de los rupturistas en la Diputación. El PSOE, con portavoz de estreno, se puso de perfil, en claro adelanto de una estrategia que pretende situar a los socialistas, con un perfil propio, en el justo centro del arco opositor.

Aprovechando su conocimiento de la maquinaria burocrática local y su experiencia de años a la contra y en el poder, el PP no quiso pasar por alto lo que de improvisación y caos tenía la iniciativa de la Marea. Y como si de un partido de fútbol se tratase, hizo bueno aquello de que la mejor defensa es un buen ataque. No en vano el plan para modificar las vigentes cuentas del Concello constituye como tal una enmienda en toda regla a la forma de presupuestar y gastar del equipo gestor de Negreira, aunque también se sustentaba, o eso se dijo, en la necesidad de tapar agujeros heredados.

En el fondo, el propósito último del todos contra unos era que el alcalde y su grupo tomen conciencia de su posición de franca minoría. Creyeron que era el momento de hacerles ver que una cosa es derrotar a las encuestas (y a los poderes fácticos) y ser los ganadores morales de las elecciones habiendo partido de cero y otra manejar el timón de la nave consistorial en el día a día, cuando no se cuenta con apoyos estables y suficientes para sacar adelante los buenos propósitos por muy bendecidos que hayan sido en las urnas por los ciudadanos de a pie. Como indirectamente reconoció Ferreiro, la Marea tendrá que acostumbrarse a la cruda realidad de una corporación municipal con una desequilibrada correlación de fuerzas cuya dinámica responderá habitualmente a la geometría variable, que tantos quebraderos de cabeza supone para el gobernante.

La lección es clara. Aunque uno esté convencido de que tiene razón y que hay cosas que deberían caer por su peso, si no dispone de los votos necesarios para materializar sus intenciones, hay que pactar. Y empezar asumiendo que los acuerdos solo es posible tejerlos con habilidad, tesón y paciencia, manejando adecuadamente los tiempos y el toma y daca, a sabiendas de que nadie regala nada y que hasta el apoyo más nimio tiene un precio. Se supone que en esa necesidad de entendimiento radica una de las grandes novedades del nuevo tiempo político en el que entramos de la mano de las mareas y las plataformas de unidad popular. Y si hay alguien que en ningún caso puede pasar por alto el verdadero alcance de un cambio de escenario de tal calado es el movimiento ciudadano que con tanto entusiasmo difundió el evangelio de la gobernabilidad transversal y participativa. A ellos les es exigible predicar con el ejemplo.