Aunque alguien haya firmado solemnemente una nueva traición mientras el país está en chancletas lo más importante de todo son las chancletas, y que el país se solace bien solazao para poder soportar al volver a Mas y su coñazo independentista. Una golondrina no, pero un par de chancletas que no se extralimiten de su ámbito de jurisdicción sí hacen verano. Mientras no te pisen el callo, lo mejor para llevar los pies frescos y emular al héroe de los pies ligeros, para caminar con la sensación de desocupación, falta de prisa y destino, el vagabundeo agostí, son las chancletas. Cierto que no están exentas de riesgos pero el verano tiene los suyos propios. Las medusas, los mosquitos, la excursión al ambulatorio, la comida del chiringuito, los faltosos que no asimilan el garrafón, los cuñaos improvisaos. Pero lo único que puede impedir nuestro chancleteo agosteño es el rigor de la canícula y el cambio climático que nos ha regalado el julio más caluroso de la historia y al que el propio Obama ha señalado como enemigo para la Seguridad Nacional, y no para las generaciones futuras sino para ya, lo que quizás merecería un comentario en el vermut o en el chupito del chiringuito. Obama, un político demasiado intelectual para los norteamericanos, va a tener una dura batalla con los fósiles de las energías fósiles. Por fin un político que toma una decisión para el futuro mientras aquí el futuro no llega más allá de las próximas elecciones, con los edificios públicos tomados por una mezcla de corruptos y hippies con ITV y primera comunión pasadas que, excediendo el ámbito de la jurisdicción que le es propia, han llevado el chancletismo a las instituciones. Y las chancletas, como las bicicletas y la camisa hawaiana de Obama son para el verano.