Hay un analista, columnista habitual de un periódico del ámbito geográfico en el que nos movemos, que ha tildado de "charlatanes metidos a analistas" a las personas que han afeado la conducta al señor ministro del Interior por la reunión mantenida por el mismo en el ministerio con una persona varias veces imputada y afín a su persona. Al tiempo, leo en algunos foros la necesidad, expresada por diferentes personas "de callarle la boca a la izquierda sobre el tema de la reunión citada". Veo con tristeza, una vez más, que un asunto objetivo, de ética y estética, se ha convertido en un conflicto partidista en el que el bien común importa más bien poco.

Yo soy independiente, y como tal, está muy claro que por mí no habla ningún partido, con el ánimo de desgastar al Gobierno. Sé bien que eso existe, y unos y otros no son ajenos a ello, de lo cual podría ponerles bastantes ejemplos concretos. Pero a mí eso no me afecta. Aquí se trata del bien común, y de una lógica por encima del monstruo electoralista que hemos inventado en este país, que cercena cada día las posibilidades de vivir en verdadera democracia. ¿Por qué? Porque la actuación de los partidos y su comunicación -de todos los partidos, incluidos los de nuevo cuño- está demasiadas veces orientada a satisfacer sus propias necesidades de posicionamiento ante la sociedad, y no hacia lo que a todos nos importa o nos debería importar, que es hacer un país mejor, más justo, más solidario y más potente en todos los ámbitos. Falta nos haría.

He coincidido en más de una tertulia con el analista antes citado, y me sorprende su actual -y yo creo que puntual- apuesta por la descalificación y una visión de la verdad única e insultante. Antes no era así. No sé a qué charlatanes se refería el mismo, pero ya saben que lo que Juan dice de Pedro habla más de Juan que de Pedro. Para un opinador riguroso, ese tipo de planteamientos es poco conveniente, porque lo fundamental del ejercicio de la opinión es entrar en el noble ejercicio de la tesis y la antítesis, para llegar a la síntesis. Si uno descalifica absolutamente al que ofrece un argumento distinto al suyo, mata su propia dialéctica, por brillante que esta pudiera llegar a ser. Algunos ya tenemos bastante rodaje en esto de la opinión, la tertulia y el análisis, y descalificar por descalificar siempre deja en evidencia al actuante. Ese no es el camino...

Entrando en materia, las explicaciones del señor ministro del Interior no son convincentes para mí. Ni hubo la transparencia a la que el referido se aferra, ni tocaba juntarse en el ministerio -sede oficial- con una persona a la que su propio departamento investigaba por varias vías. No toca. Y eso no significa apestar a alguien o violar su presunción de inocencia. En su vida privada, las personas pueden hacer lo que quieran, ateniéndose a sus consecuencias políticas si las hubiera. Pero en la vida pública, no. Ha sido una reunión fea e improcedente, en tanto en cuanto podría interferir las investigaciones en curso, aunque el ministro no haga nada. El simple hecho de que se sepa que el ministro se reúne con una persona varias veces imputada, puede modificar el curso de las cosas. Y, en un Estado de Derecho, esto no toca.

No estamos, además, ante el primer episodio de este culebrón. En el conjunto de casos que nos ocupan (Bankia, tarjetas black, preferentes...), que tienen en común a esta persona imputada, ha habido despropósitos y prácticas polémicas y hasta denunciadas. Revisen ustedes la hemeroteca. Y esta reunión es el colofón de muchas más cuestiones, que los diferentes portavoces parlamentarios en la Comisión de Interior del Congreso de los Diputados han puesto negro sobre blanco ayer.

Por todo ello, considero que la única opción aceptable es que el señor Fernández Díaz se marche a casa. O, de no ser así, que su presidente le obligue a ello. Por el bien de la sociedad española, por el bien de nuestra reputación como grupo humano organizado y para contribuir a regenerar de una vez nuestra vida pública, que por cierto ha presuntamente tenido y tiene a la persona objeto de esta controversia -el imputado, no el ministro- en el punto de mira. Pero también por el bien del Partido Popular, donde me consta que hay personas que ven con horror este nuevo episodio, que ensombrece su trabajo honesto y su empeño por el bien común. El Partido Popular, no me cabe ninguna duda, necesita más que nadie hoy que el señor ministro cese. Y es que en el panorama extraordinariamente convulso de la política en nuestro país, el episodio adquiere un cariz de especial relevancia, en tanto contribuye a minar aún más la maltrecha confianza en las instituciones. El ministro ha cometido un error, sí, pero un error desde mi punto de vista enormemente grave e irreversible. Todos nos equivocamos, pero en el ejercicio de equivocarnos también está implícito el de aceptar las consecuencias de ello.