En esto de las verbenas Galicia es una superpotencia. No tenemos rival. En ningún otro lugar de España llegan a organizar durante todo el año, y especialmente un fin de semana como este, en el ecuador de agosto, cientos de fiestas populares, con asistencia multitudinaria, amenizadas por orquestas en su mayoría autóctonas, en concurrencia duramente competitiva de unos pueblos con otros y con muchos millones de euros en movimiento. Porque al final lo que hay detrás de los espectáculos musicales que convocan masas tanto en el ámbito urbano como en el rural es un enorme negocio. Un bussines enxebre que mueve enormes cantidades de dinero opaco ante las mismísimas narices de Hacienda. Unos cuantos negreros se lucran del sudor de músicos que durante tres o cuatro meses trabajan como negros y de los ramistas que se dejan el pellejo en el esfuerzo de reunir los muchos miles de euros que cuesta situar su villa o aldea en el gran mapa festero gallego, que es casi su única recompensa.

Las actuales fiestas populares se parecen cada vez menos a las de antaño. Antes cada comisión contrataba las actuaciones musicales que deseaba o se podía permitir entre un amplio elenco en el que reinaba una dura pero sana competencia. Había una docena de grupos y orquestas de relumbrón. La mayoría estaban a un nivel muy similar, en cuanto a caché como en capacidad de atracción. Además de los habitantes del lugar, la gente "forastera" no acudía a un festejo por el tirón del cartel musical, o para ver a su atracción favorita, sino simplemente por vecindad, por tradición o por vínculos de familiaridad o de amistad. Incluso por pura devoción al patrón o la patrona. Iba a la misa o a la romería, se quedaba al banquete y participaba del baile de tarde y la verbena la amenizara quien la amenizara.

No es solo que los usos y costumbres hayan cambiado con los tiempos. La tradición se ha pervertido por completo. Hoy una fiesta que no reúna a varios miles de personas no es fiesta ni es nada. Y para conseguirlo, amén de que el calendario y la meteorología sean propicios, hay que contratar a una o incluso dos de las grandes orquestas-espectáculo que se disputan entre ellas el podio festero del verano 2015 en Galicia. Las comisiones vecinales ya no saben qué inventar para cubrir los elevados presupuestos exigidos por las agencias de contratación que tienen en su catálogo a tales atracciones. El poder de determinados agentes artísticos llega a niveles que, según algunos ayuntamientos que toparon con ellos, les permite presionar y extorsionar a quien no les siga el juego. El año pasado se llegaron a denunciar actitudes mafiosas y la existencia de una especie de cártel de la música festiva.

Dicen que la hostelería tiene una parte importante de responsabilidad en esta desnaturalización de los festejos populares, porque se juega mucho dinero en que haya o no verbenas multitudinarias y paga para eso. También son corresponsables las miles de personas, sobre todo jóvenes, que entraron en ese juego del fenómeno fan y que van de pueblo en pueblo siguiendo a esta o aquella orquesta, como si de grandes estrellas del pop o del rock se tratara. Víctimas del cambio de modelo en el sector verbenero, junto a las comisiones de fiestas, que trabajan a destajo para hacer ricos a los representantes musicales, son unos músicos cuya realidad laboral es mucho más que precaria. Cobran poco, parte en negro, apenas cotizan a la Seguridad Social, no suelen estar asegurados mientras ensayan, fuera de temporada, y además de vocalistas o instrumentistas están obligados a ser bailarines o gimnastas en un show donde la música solo es una parte del show, la percha de la que colgar el verdadero espectáculo de luz y sonido al aire libre. El otro gran daño colateral de las fiestas populares de ahora es el gusto musical de las nuevas generaciones, dañado por un repertorio que antes era variado, de cierto nivel y con clásicos populares (incluyendo hasta fragmentos de zarzuela) y ahora es latino populachero y chunda chunda, eso sí, con llamativas puestas en escena para epatar al público espectador, que se limita a mirar, y que apenas se mueve. Porque, con esta nueva moda, bailar pegados ya no es bailar.