En esta España de chichinabo perduran tres enigmas inextricables. El primero, y principal, que según las encuestas Uxue Barkos es el personaje político mejor valorado. Además, esos mismos sondeos de opinión aseguran que el PP sería hoy el partido más votado y aun que el PSOE, habiéndole ofrecido a Carmona una regalía en el Senado por aliviar el agravio de su fulminante destitución estival, se recupera tras poner el grito en el cielo y en el suelo por el escandaloso nombramiento de José Ignacio Wert, al cabo -aunque sus enemigos lo quisieran túmulo más que tálamo- un nombramiento por amor ennoblecido, en nada interesado como tampoco lo habrán sido aquellos de Pajín y Aído.

En todo lo demás, los días resultan diáfanos, sin sombras ni misterios, porque es sabido de siempre que, si la civilización se elevó afirmándose sobre lazos de sangre a lo largo y ancho de los siglos, no será poca cuenta la que diga todo lo que debemos a los vínculos de famiglia. Lo que, desde los discordes Caín y Abel hasta los Pujol, tan concordes, debemos a la hermandad.

De muchos parientes viles que dio la Historia de España nos informa con rigor noticiero el Romancero Viejo, acaso la prensa más libre de aquella edad remota. No todos los lectores habrían de recordarlos -fijos et alnados- pero nadie que haya cumplido cincuenta años habrá olvidado a aquel Juan Guerra, hermano de Alfonso, que pensó cambiar tanto a España que no la reconociera "ni la madre que la parió"? Y ya no pudo.

En Galicia fue conocido el caso de una conselleira que, casi antes de que fuese investido el presidente, nombró delegado del ramo en Pontevedra a quien a la sazón era su marido, alegando antaño -como hogaño la alcaldesa de Barcelona- que el cargo era de confianza y que ella en nadie confiaba más.

Otro día supimos igualmente los ciudadanos gallegos que, cuando la instauración de la dinastía Baltar era todavía acaso no más que un solo de trombón, doña Isolina Crespo -la señora madre del conselleiro Cuiña, la luz más fiel de aquella Xunta- había devenido una de las empresarias más audaces y afortunadas de este dulcísimo país, según los estudios más sesudos y solventes.

Basados siempre en lazos de familia, hechos semejantes acontecieron, paralelos y simultáneos, en otros pagos de España.

Así, en Al-Andalus, tierra de frontera y latifundio, donde el señorito, cristiano o moro, se muestra aún más dicharachero y pródigo, al parecer tejieron Chaves y Griñán y Zarrías una apretada red de parientes que pagaban rondas de coca y quickie con cargo al presupuesto.

Y allá por las viejas tierras de la Marca Hispánica, donde la rapiña se iba haciendo una, grande y libre, gacetilleros de "la puta España" -aquella subvencionada genialidad del malogrado Pepe Rubianes, que sería filón- desvelaron que Pasqual Maragall -que no puede recordarlo- y Josep Lluis Carod -que no quisiera- otorgaron muchísima confianza a sus hermanos Ernest y Apeles, respectivamente. Tanta que, durante un tiempo dissortat, aquel hermanazgo cabalgó el país entero a su antojo y a lomos del presidente Rodríguez Zapatero.

Ahora por fin, cuando conocimos el abigeato de los Pujol i Ferrusola, como de su numerosa parentela, política o de sangre, los Trías de Giralt, los señoritos -que por allí se llaman senyorets- inventaron lo de Espanya ens roba y lo del "derecho a decidir" que la butifarra y la barretina y el tambor del Bruch y la Moreneta y todo lo que más habría de dar por saco a quienes no lo tuvieran, no sólo los hacen distintos sino mejores; tanto como para exigir privilegios que los eleven por encima de "la raza comedora de garbanzos".

¡Ay, el derecho a decidir! En realidad, una máquina de greguerías y juegos de palabras para esconder y confundir y acojonar pagesos y jóvenes desposeídos a los que la escuela -una kermés interminable- abandona exactamente en el mismo lugar en que los encuentra.

En esto andábamos los primos, preguntándonos cuál sería el parentesco que une a Rato con Fernández Díaz, cuando el propio ministro lo aclaraba en sede parlamentaria: sólo cuñados, nada más que cuñados? Pero cuñados lejanos.