Buena parte de los problemas políticos, o sea de organización, de nuestro país vienen de un mismo error. El error de interpretación del principio de autonomia, según el cual el poder debe estar cerca del lugar donde están los ciudadanos sobre los que se ejerce. Esto, que en general es verdad, sirve para lo municipal y regional, pero quiebra cuando esos intereses entran en conflicto o está en juego el interés general, como vamos a comprobar una vez más en septiembre. Quiebra cuando las decisiones adoptadas en una comunidad afectan a otra u otras; cuando en el ámbito de una comunidad se crea una camarilla familiar o clientelar corrupta no sujeta al control estatal; cuando quienes tienen que investigar o juzgar a los dirigentes regionales llevan sus hijos a la misma guardería, van a las mismas fiestas y hasta pueden tener negocios juntos. Durante mucho tiempo los innumerables escándalos judiciales y desafíos nacionalistas han sido respondidos con nuestro error Berenguer, error que no lo fue del presidente del último Gobierno de la dictablanda sino de la política general de la que formaba parte, y que tras la dictadura de Primo de Rivera se empeñaba en hacer ver, entonces como ahora, que aquí no ha pasado nada. Los desafíos a los que hoy asistimos y el tiempo, los recursos y energías derrochados inútilmente vuelven a poner de manifiesto que sí pasa. Y que, por tanto, los poderes públicos tienen que interpretar el principio general de autonomía de conformidad con los principios de legalidad, solidaridad, cohesión territorial e interés general, igualmente constitucionales. Y dentro del vaivén centrífugo-centrípeto que es España, el Estado debe hacer valer esos principios a través de los mecanismos estatales y constitucionales para poner un cierto orden en la jaula de grillos en la que se convierte cada cierto tiempo este viejo solar tradicionalmente carente de organización, coordinación y disciplina, esenciales para que los hombres y mujeres hagan cosas juntos. La falta de ejemplaridad y renovación de los dirigentes municipales y regionales de los partidos turnantes durante los últimos 30 o 40 años nos ha llevado a la actual jaula de grillos, que volverán a cantar tras el verano en el que, curiosamente no hay conflictos, ni escándalos políticos, ni sindicales, ni manifestaciones, ni apenas reivindicaciones. Con millones de parados, familias enteras en las que no entra un solo sueldo y una crisis que no se ha ido, España se solaza en la playa y deja de llorar. Hasta septiembre. Entonces volverán a mezclarse las protestas, las campañas, el agua de la lluvia y las lágrimas de cocodrilo.