La aceleración histórica de nuestro tiempo ha motivado a las organizaciones políticas emergentes al intento de transformar la sociedad, como si esta no llevara ningún valor detrás. La experiencia la vivimos durante el anterior bipartito, en el que el BNG trató de imponer su código partidario de andancias de exclusividad lingüística, de manifestaciones ruidosas, de claqué en las tribunas y el añadido de la fiebre antitaurina. El resultado está a la vista: ha quedado cuasi extinguido en la esfera municipal coruñesa. La distorsión populista y el sofocante calendario electoral han introducido síntomas de inquietud en las marcas gallegas de Podemos, que Pablo Iglesias trata de presentar bajo la férula de su denominación única nacional. De momento se han opuesto; quien participar en política con sus propias señas sin tutelas desde Madrid. Los ayuntamientos que regentan en Galicia todavía no se han asentado y las políticas que asoman no son novedosas, salvo el totalitarismo revestido de democracia que apunta al deseo de gobernar para su propia tribu. En La Coruña la medida de suprimir la ofrenda floral a Teresa Herrera en la iglesia de San Nicolás muestra un rasgo que aparece indicarlo. Las ideologías son disfraces que esconden casi nada. La convivencia es, sin embargo, un argumento democrático imprescindible; otorga autoridad moral y habilidad para gobernar frente a la política exclusivamente partidaria. Nuestro alcalde, en su sencillez, se muestra socialmente tímido. Ofrece una imagen retraída públicamente, como si fuese poseedor de factores inhibitorios. Su ausencia en los actos del Teresa Herrera parecen confirmarlo. Recuérdese que el político, en el ejercicio de un cargo representativo, no debe permitirse ninguna licencia a sí mismo. Otrosidigo

El atuendo y el colegueo se significan en el gobierno de la Marea Atlántica, como una mímesis de mayor proximidad al ciudadano. Como entre sus miembros hay calificados hombres del Derecho, conviene recordar cómo el uso de la toga en la Justicia responde a normas que realzan la preeminencia de las leyes y a la severa solemnidad de institución. Es decir, vestir el cargo.