Lo acaban de certificar los datos oficiales de la Contabilidad Nacional referidos al segundo trimestre de este año: la economía de Galicia evoluciona positivamente, pero a su ritmo, al que es propio de este país y de su gente, a cámara lenta, despacio, poco a poco. A modiño. En términos generales, la actividad económica de nuestra comunidad repunta a los niveles de 2008, esto es, los previos a la gran crisis. Sin embargo, y como siempre, crece muy por debajo de la media española. La estadística avala que el crecimiento, tanto en el caso gallego como a nivel nacional, se fue acelerando de forma moderada aunque persistente en el último año, en un síntoma evidente de recuperación, propiciada sobre todo por el tirón del consumo familiar.

Poco de novedoso, y casi nada de preocupante, hay en ese cuadro macroeconómico, que tampoco es que sea para tirar cohetes. A decir de los analistas más o menos independientes, se está cumpliendo el guión previsto. Galicia, que entró más tarde y con menos virulencia en la depresión económica, también remonta, faltaría más. Ahora bien, el escaso dinamismo de su estructura productiva la sitúa a la zaga de aquellas otras regiones que tiran del carro. No vamos en el pelotón de cola. Estamos en una zona templada, beneficiándonos, como otras economías modestas, de lo bien que se está comportando últimamente la España próspera.

Quienes quieren ver el vaso medio lleno se aferran a la constatación de que, con crecimientos moderados, como el 1,8% interanual, en Galicia se está generando empleo neto. Otra cosa es la calidad o la estabilidad de los nuevos puestos de trabajo, como advierten los sindicatos. También aquí la precariedad manda. Ese vendría a ser un hecho diferencial positivo, que posiblemente tenga mucho que ver con que se están recuperando de una forma homogénea y horizontal todos los sectores y sobre todo con las expectativas, más modestas y menos exigentes, de los empresarios y emprendedores gallegos en lo que se ha de entender por recuperación. Aquí los que manejan dinero saben que no cabe esperar altas cifras en el avance del PIB, ni siquiera en épocas de vacas gordas (o de burbujas). Como tampoco caídas abismales en fases de recesión.

De otro lado, los observadores apuntan a que en Galicia el sector inmobiliario empieza a recuperar el pulso. En estos pagos no hubo, en sentido estricto, un bum de la construcción del rango de otras zonas de España. La desaceleración fue, en consecuencia, menos virulenta, con menor destrucción de empleo. Ahora parece que se vuelve a ver movimiento de obras, tanto de nueva edificación como de restauración, impulsado por la iniciativa particular, dado que el sector promotor está en fase de reestructuración y las entidades financieras ya no apuestan por el ladrillo. Igualmente se observa más actividad de compraventa de inmuebles, no porque la banca vuelva a conceder hipotecas, sino porque se está perdiendo el miedo a mover el dinero disponible, ante el convencimiento de que estamos dejando atrás la fase más severa de la crisis.

En San Caetano vaticinan que el crecimiento gallego, sin converger ni de lejos con el estatal, se acelerará sensiblemente en los próximos trimestres por el ciclo electoral en que estamos entrando. La Xunta de Feijóo abre la mano en el gasto público, al tiempo que deja de recortar en personal, y el Gobierno de España articula medidas para inyectar dinero en los bolsillos de la gente de la calle. Estas políticas expansivas ma non troppo tienen un efecto multiplicador a la hora de mover la economía. Porque el sufrido ciudadano de a pie, a partir de la percepción de que la cosa empieza a ir mejor, recuperará la alegría. Y la confianza, que es el mejor lubricante de los engranajes económicos. Aquí como en la China o en los Estados Unidos?