Estuvo casi desaparecido durante el mes de agosto. Apostó por un perfil bajo de modo que apenas se le pudo ver en público, aunque dicen que no dejó de trabajar detrás de las bambalinas. En realidad José Ramón Gómez Besteiro no se concedió la tregua vacacional que se merecía después de varios meses muy duros, desde las elecciones municipales de mayo a su imputación judicial pasando por el traspié de perder la Diputación que había presidido y quedarse compuesto y sin escaño ni sueldo de senador. Probablemente haya dedicado muchas horas a acumular fuerzas y ánimos. También a analizar en frío las causas y las consecuencias de tan infaustos acontecimientos y a ver la mejor fórmula para salir airoso de la posición de jaque en que se encuentra, a un paso del mate.

Con el arranque de septiembre, Besteiro y su equipo de colaboradores más próximos se disponen a ejecutar lo que podríamos llamar un plan de rehabilitación política del todavía líder de los socialistas gallegos. La estrategia constituye en sí misma un reconocimiento tácito de que el joven político lugués resultó gravemente dañado en su imagen pública, tanto o más que en su ascendiente sobre los aparatos y la militancia del Pesedegá por esa serie de adversas vicisitudes en que se ha visto envuelto. Pero al mismo tiempo, a la hora de ejecutar los próximos movimientos se parte de la convicción de que la situación todavía es reversible. No todo está perdido.

El propio interesado lo ha dejado claro. Aún no toca desvelar si será o no candidato a la presidencia de la Xunta. Para el partido hay margen de maniobra suficiente, decida lo que decida Besteiro al respecto. Si Feijóo agota la legislatura, falta un año para que se convoquen las elecciones autonómicas y también está por despejar la incógnita de si don Alberto se presentará por tercera vez o dejará paso a un nuevo candidato del Pepedegá. Sea como fuere, es posible, o incluso probable, que por hache o por be, Besteiro y Feijóo no lleguen a enfrentarse nunca cara a cara o cuerpo a cuerpo en las urnas como presidenciables socialista y popular.

Con la discreción que se aconseja en estos casos, Besteiro mueve los hilos a su alcance para fraguar la moción de censura de PSOE y Benegá que le devuelva a la izquierda el gobierno de la Diputación luguesa. Al parecer, la cosa está todavía verde, si bien hasta los detractores de don José Ramón reconocen que ese logro borraría la mancha que arrojó sobre su liderazgo el fiasco del caso Martínez. Tampoco le vendrían nada mal unos resultados en las generales de diciembre que supusieran un punto de inflexión en el desastre con más o menos paliativos que supieron para el socialismo gallego las sucesivas citas electorales desde la caída de Touriño en 2009.

Pero es obvio que Gómez Besteiro solo conseguirá su plena rehabilitación política si la juez Pilar de Lara levanta las graves imputaciones que pesan sobre él en el turbio asunto de la Urbanización O Garañón. En eso es en lo que está echando el resto. Recurrió a los servicios de un prestigioso -e influyente- equipo de abogados y con él, y con algún apoyo colateral, lograron acopiar argumentos y documentación que consideran suficiente para revertir su situación judicial. Su señoría tiene la sartén por el mango y sabe de las consecuencias políticas de cada uno de sus actos. El problema es, como viene demostrando, que está por encima de esas cosas. Y no le gusta dar marcha atrás en las decisiones que adopta, menos aún en este tipo de casos. Se ve que considera que la imagen de su independencia es en gran medida deudora de la tozudez del sostenella hasta el límite o hasta que desde una instancia superior le enmiendan la plana. Ese es el clavo ardiendo al que se agarra Besteiro. No le queda otra.