La puesta en servicio de la escalera mecánica que se eleva desde la calle Juan Flórez hasta los barrios altos de Sinforiano López, Juan Castro Mosquera y la populosa Falperra, trasciende por su repercusión social; cambiará la vida de millares de convecinos, castigados, desde añares, al alpinismo urbano y forzoso, cuando no, a vivir recluidos en sus domicilios. La ausencia del alcalde y no haber sido invitado su antecesor, refleja la marginación municipal de normas protocolarias; normas que, casi siempre, suelen actuar como filtros para evitar la mala praxis. Nos duele señalar este hecho, conocedor de la preocupación social de que hace gala nuestro alcalde, y que no haya podido modificar su agenda para unirse a la alegría de los vecinos. No debiera extrañarnos estos desajustes en un gobierno de roockies, cuyo recurso habitual (en políticos neófitos o deficitarios) es apelar a la ética para reforzar el mensaje de cuánto se ha hecho sin hacer nada. Desde el Ayuntamiento, como órgano representativo de la ciudad, hay que dar el ejemplo de convivencia, donde la hidalguía extrovertida se relacionó siempre en La Coruña como signo de cortesía. Contrasta con el arraigo de un error iconográfico en los mareantes; creer que la proximidad a la gente se consigue con el desenfado en el atuendo y el colegueo. A todos los munícipes corresponde la responsabilidad de moldear, con inteligencia, los destinos de la ciudad, el manejo de sus recursos y acercar al pueblo al sentido íntimo de la vida por encima del tiempo. No podemos volver a la cultura vintage que, con su tribalismo forzoso, se opone a la alegría rural y marinera de La Coruña. Ya hemos conocido lo mal que lo hicieron los anteriores; ahora cumple atender la voz de la calle, aunque resulte incómoda y se escuche cierta melodía del desengaño.

Otrosidigo

Dar voz a los vecinos en los plenos municipales no es una medida novedosa. Puede funcionar, si no media la picaresca política. El ninguneo del alcalde (a la oposición ni agua), más que una descortesía parece un pellizco molesto. El desdén hacia el partido mayoritario no es la mejor receta democrática. La experiencia nos enseña que tiene poco futuro cuando se produce tras un calentón edilicio. Peor sería que se deba al viento imperante, dicho en términos náuticos, como en las mareas.