Parece que todos los años en estos primeros días de septiembre no se habla de otra cosa que no sea del nuevo curso; del político con su laberinto electoral a las puertas y la repentina generosidad del presidente Rajoy, también del curso escolar con sus incertidumbres e incongruencias legislativas. Podríamos dedicar este folio a comentar posibilidades y alternativas para los cambios que puedan surgir en las portadas los meses siguientes; pero les propongo retroceder en el tiempo y leer la novela El curso, de Juan Antonio Payno, un joven de 19 años que decide, casi a la fuerza, enviar el manuscrito de su novela al premio Nadal de 1961 y resulta que obtiene el galardón, sin que ni siquiera su tío Dámaso Alonso estuviese al tanto de la noticia. Se esperaban más obras suyas, pero no aparecerá la segunda hasta 35 años después; mientras tanto se dedica a la docencia de la economía -es discípulo y admirador de José Luis Sampedro- en diferentes universidades públicas hasta que acaba maltratado por una privada que no comparte su visión del mundo, pocos datos biográficos más se pueden aportar. El curso fue una sorpresa para todos, narraba la historia de un grupo de universitarios de su generación, que empezaban a respirar ciertos aires de renovación, de buscar atisbos de libertad aunque solo fuese en las relaciones personales entre ellos y ellas. No llega a ser una novela coral, pero sí son varios sus personajes que van desarrollando más importancia narrativa a lo largo del relato: Luis, Miguel, Sebastián, Melletis? hasta que al final del curso quizá sea la pareja Darío y Bele la que centre la atención.

Hubo reacciones feroces por el supuesto exceso de contenido sexual de la novela, decía un presbítero en su comentario: "De verdad hay que creer que un estudiante tiene preocupaciones más serias que la de desabrochar el vestido de su amiga". No olvidemos que ya se podía leer El Jarama de Ferlosio y Nuevas amistades de García Hortelano. El autor asistía incrédulo a la polémica que su primera novela había suscitado entre los incansables defensores de la moral impuesta por el régimen franquista, que llegaron a calificarle de neurasténico y obseso sexual. El cura antes citado insiste en que "se limita a describir su vida durante un curso determinado, y esa vida nos parece demasiado libre para que se la deje impune. Es una vida de mórbidas insustancialidades, de orgías, de vagancias, de una juventud para la que Dios no cuenta". La Asociación de Padres de Familia pidió la retirada del libro, que aquel mismo año se convirtió en una de las 10 obras más leídas en España, junto a Éxodo, de León Uris, y Un millón de muertos, de Gironella. Desde la perspectiva actual, la novela tenía muy poco sexo, aquellas acusaciones resultaban ridículas ya entonces para cualquiera que tuviera un mínimo de sentido común. Había una verdad oficial que tenía poco que ver con la realidad, y en la medida que el libro reflejaba esa realidad, fue un escándalo. Para la crítica seria, indiferente a los prejuicios supuestamente morales, el libro supuso una poderosa entrada de aire fresco y joven en la literatura española del momento.

Quizá las cosas no hayan cambiado tanto.