Pensaba hoy seguir abundando en la línea argumental de los últimos artículos. En ese sentido, una buena amiga me planteó ligar la cuestión de las personas solicitantes de refugio a Europa, candente hoy y que estamos siguiendo con mucho interés, con la de la venta de armas a los países en conflicto de los que tales seres humanos provienen. Un tema que no nos es ajeno y en cuya comunicación hemos trabajado, que hemos tratado aquí más de una vez y del que me gustaría retomar el testigo en una próxima columna. Pero déjenme que lo difiera unos días y que quede ahí, almacenado para ver la luz pronto. Porque lo que hoy les traigo, muy de actualidad, no puede pasar de largo.

Y es que hoy voy a hablarles de algo mucho más doméstico, pero que para mí supone una realidad lacerante. Una muerte lenta de la sociedad, con víctimas concretas, en un gota a gota que no cesa. Y un destino fatal para muchas más personas, si no se cambia el paradigma.

Sucedió en Rianxo esta última vez. Una pareja joven murió en su coche en un violento choque, presuntamente asesinada por una persona que triplicaba o cuadruplicaba -según la versión- la tasa máxima de alcohol permitida. No conozco los detalles, en este caso, más que por la prensa. Pero o muy diferente sucedieron las cosas a como se plantean las noticias contrastadas de varios medios y agencias, o la cuestión está clara. Conducción en sentido contrario en autovía con un vehículo que, literalmente, arrolla a dos inocentes. Una verdadera barbaridad.

¿Una desgracia? No. Un crimen de alguna forma premeditado, aunque el autor no supiese de antemano el desenlace ni los destinatarios de tal fatal acción. ¿Por qué? Porque o quien recogió la noticia yerra, o no se puede estar comiendo e ingiriendo grandes cantidades de alcohol, seguir haciéndolo luego en un bar, y luego ponerse al volante de un automóvil. Eso es un comportamiento homicida. No hay excusa ni remedo posible. Es una locura con todas las de la ley, y la ignorancia supina presente tras este tipo de actitudes no es ni eximente ni atenuante moral. Hablamos de algo gravísimo.

Más allá de la muerte de dos personas, que podríamos ser usted o yo, nuestros padres o hermanos, o nuestros hijos, y que ya no habrá forma de rescatar de su triste destino, hay mucho más. Efectivamente, hay algo oscuro en esta sociedad que conviene sacar a la luz, con el ánimo de cambiarlo. Y es que el consumo inadecuado de alcohol o el consumo de drogas ni es excitante, ni dota a uno de mayor libertad, ni mejora al individuo que realiza tal acto. No lo hace más atractivo, en absoluto, ni más seductor. Más bien todo lo contrario. El alcohol embota, y las drogas, literalmente, destruyen la capacidad de raciocinio de la persona. Consumirlas y proceder a realizar un acto social y peligroso, como conducir, es sinónimo de decidir incurrir en la posibilidad de matar o herir gravemente a nosotros mismos o a nuestros semejantes. Por eso está tipificado como delito, y no es para menos.

¿Qué les podemos decir ahora, como sociedad, a las familias de los perjudicados por esta truculenta historia? ¿Apelar a su serenidad? ¿Pedirles que perdonen? El alcohol al volante ha de ser castigado con contundencia. Y, desde mi punto de vista, incluso con mucho mayores consecuencias legales y administrativas que las que ahora implica. A lo largo de años de voluntariado en emergencias, pude ver las consecuencias de una gran cantidad de accidentes producidos por una irresponsable relación con el alcohol y el volante. Y eso es un problema importante, que ha de ser erradicado de nuestra sociedad. El alcohol es, ante todo, un grave problema de salud pública.

Un primer paso para ello es cultural y educativo. Tenemos que cambiar los valores en tal temática. Y no parecernos gracioso ni audaz aquello de "conducir con dos copas". Conduciendo un vehículo hemos de poner todos nuestros sentidos a funcionar para que no sucedan accidentes. Y, aún así, estos ocurren por concatenación de fatalidades y otras circunstancias ajenas. Si aún por encima nuestra capacidad de respuesta está mermada por psicotrópicos o alcohol, mucho peor. Con el resultado fatal, como en esta ocasión, de muerte y destrucción.

Nunca comprendí el ocio basado en el alcohol. Entiendo que el vino forma parte de la cultura, y que una copa de él en la buena mesa pueda ser fascinante, aunque yo no lo tome. Pero me parece que la sistemática de beber más allá de lo aconsejable, lo sano o lo prudente como sinónimo de ocio, relax o de desinhibición, es la primera piedra de esta espiral de destrucción. Beber alcohol incapacita temporalmente para tareas de riesgo, como conducir, y daña a largo plazo órganos y sistemas. No podemos seguir viendo la cultura de emborracharse como parte inequívoca e indispensable de la propuesta de ocio para jóvenes y mayores. Esto es lo causante, en último término, de percances como el que relato en este artículo. Y de un nuevo capítulo en esta nuestra Galicia negra, en la que la irresponsabilidad y la no asunción de deberes por unas personas destruye los derechos de terceros.