Lo de las tractoradas se planteó desde el minuto uno como una demostración de fuerza de un colectivo, el de los productores de leche, que tiene un gran poderío económico y social, e influencia política, en determinadas comarcas del rural gallego. La mayoría de los ganaderos que aparcaron sus imponentes tractores junto a la muralla de Lugo, que sitiaron San Caetano o que bloquearon una parte de la actividad del almacén de una gran distribuidora en Mercagalicia abocándola al cierre patronal, son pequeños empresarios, con todas las letras. Poco o nada tienen ya que ver con los granjeros de hace treinta o cuarenta años, cuyas familias extensas vivían, muy en precario, de la producción de media docena de vacas, en modestas explotaciones donde todos hacían de todo. Aquella era, como nuestra agricultura, una ganadería de subsistencia en el país del minifundio (territorial y mental).

Porque las granjas, las que quedan tras las sucesivas reconversiones, son ahora empresas y los granjeros empresarios en toda regla es por lo que, entre otras razones, los ganaderos lácteos no se sienten -ni quieren ser- representados por los mal llamados sindicatos, en realidad organizaciones profesionales agrarias. Juegan a tener voz propia y autónoma, eliminando intermediarios. Y sin embargo, buena parte de ellos tampoco acaban de entender que deberían constituirse en plataformas de productores e incluso crear una especie de patronal propia, puesto que son patronos, con o sin trabajadores a cargo. En cierto modo es como si quisieran seguir contando con la solidaridad interclasista que despertaban aquellos pobres criadores de vacas de antaño, al estilo de los retratados en estampas de Castelao.

Es obvio que a muchos de estos granjeros les falta mentalidad y visión empresarial a la hora de planificar su actividad productiva que, en esencia, sigue siendo la misma de sus ancestros, por más que se hayan mecanizado y automatizado muchas de las faenas de las granjas. Cualquier empresario de la industria o de los servicios, como las cooperativas lecheras que mejor están sobrellevando la actual crisis, tienen claro que los precios en origen y en las tiendas los pone el mercado. Funciona una dinámica de tira y afloja en base las leyes de la competencia. Por otra parte, la rentabilidad está en el juego de los márgenes de cada uno de los eslabones de la cadena, del granjero al supermercado, no en la garantía de un precio fijo en origen. Es un problema de eficiencia y por tanto de competitividad en un escenario global donde la cotización de las materias primas sufre de forma cíclica bruscos altibajos.

De la demostración de fuerza los ganaderos pasan ahora directamente al desafío. Dan un par de preocupantes vueltas de tuerca a la estrategia de la movilización de estos días con su propósito de impedir el tráfico de leche en las carreteras gallegas de modo que las industrias transformadoras se vean abocadas a paralizar su actividad por falta de suministro. Al parecer, también impedirán la distribución del producto ya elaborado, de modo que a corto plazo tiendas y supermercados queden desabastecidos. Por si los consumidores finales no fuésemos aún conscientes del problema.

Un planteamiento de tal naturaleza, al margen de que choque de lleno con la legalidad vigente, es una nueva evidencia de la inquietante falta de mentalidad empresarial. En ese ámbito las diferencias se dirimen de forma civilizada, negociando y pactando desde el respeto a las reglas de juego. Se procura evitar daños colaterales y lo suyo es que no haya ganadores ni perdedores. Tal vez de entrada a los responsables públicos les alivie la nueva hoja de ruta en la protesta ganadera, ya que la cosa deja de ir contra ellos. Sin embargo, no les va a quedar más remedio que tomar cartas en el asunto para garantizar la normalidad y romper la entente cordiale -o la descarada connivencia con la autoridad competente-, que permitió a los tractoristas tomar como rehenes de sus reivindicaciones a miles de sufridos ciudadanos de Lugo y Santiago.