La fatalidad ha querido que A Coruña inscribiera su nombre al frente de la lista de tragedias deportivas en España. Los siete fallecidos durante la celebración del Rally de A Coruña en un tramo cercano a Carral la pasada semana han dejado una profunda huella de consternación y dolor en la comarca coruñesa, especialmente en los municipios de Cambre y Carral, donde residían los fallecidos.

El accidente es el más grave registrado en el entorno del automovilismo en España y releva en ese aciago pódium al del circuito barcelonés de Montjuic en 1975, cuando la salida de la pista de un bólido de Fórmula 1 segó la vida de cinco personas entre el público. Se da además la singular circunstancia de que el rally coruñés volvía a celebrarse después de 14 años de ausencia y que en su historial figuraba ya un muerto.

La tragedia, de enorme significado por la dimensión del número de víctimas, se vio además amplificada por el calado emocional de algunas relaciones familiares entre los fallecidos. Ese impacto pudo sentirse en el entierro de una madre y su hija o en el de una joven pareja que esperaba a su primer hijo para fechas próximas. Esa concentración de dolor y futuro truncado que un destino aciago ha deparado a algunas familias coruñesas ha acrecentado sin duda la conmoción del siniestro y también su repercusión mediática en toda España.

La prioridad en una situación tan delicada debe ser la de atajar ese dolor para que no derive en desesperanza, con especialistas que conjuren en las zonas más afectadas, Cambre y Carral, la sombra trágica que se ha cernido sobre el conjunto del vecindario, donde la relación y proximidad con las víctimas es siempre mucho más cercana y compleja que en una gran ciudad. Flores, silencio y lágrimas inundaron las iglesias de ambos municipios estos días pasados en una multitudinaria despedida a los fallecidos. Las miradas se elevaban al cielo en busca de una explicación a una tragedia que ha marcado las vidas de tantos convecinos.

La trascendencia del accidente, que motivó una reunión internacional para revisar las medidas de seguridad en los rallies, demanda también una información exhaustiva y transparente sobre la organización del evento y las medidas de seguridad adoptadas para su celebración, que han sido avaladas por la Xunta de Galicia, pero no se han detallado públicamente. Resulta evidente que la fatalidad, como ha indicado el organizador de la prueba, juega un papel decisivo en una tragedia producida en un rally, donde las medidas de seguridad tienen importantes limitaciones y donde la actitud del público y el riesgo que asume es muy difícil de controlar.

Pero mirar a otro lado y pasar página como si no hubiera pasado nada, sin agotar la investigación sobre lo sucedido no puede ser la solución. Sobre todo porque de esta tragedia deben extraerse conclusiones y reflexiones que eviten que se repita. En este sentido, resulta ejemplar la actitud de los familiares de las víctimas y del conjunto de los vecinos de Cambre y Carral, que aún sumidas en su tremendo dolor pidieron que no se culpase al piloto. A quien desde luego hay que considerar como una víctima más de esta tragedia. Una responsable reacción que contrasta clamorosamente con el penoso espectáculo brindado por el enfrentamiento entre las federaciones española y gallega de automovilismo.

Los primeros rallies que se celebrarán en España tras la tragedia de Carral han anunciado ya medidas de seguridad notablemente superiores a las que eran habituales antes del accidente. Pero esto pasa siempre que una tragedia conmociona al país y la experiencia demuestra que tienden a relajarse a medida que el eco del siniestro comienza a apagarse. Hasta que la muerte vuelva a cobrarse su peaje en otro rally.

La mayoría de los expertos que se han pronunciado sobre este problema coinciden en apuntar que la principal medida de seguridad tiene que ser la concienciación del público, que suele acudir a los rallies sin la debida precaución ni la consciencia de que es un espectáculo deportivo con riesgos evidentes. Resulta lapidario en este sentido la conclusión aparecida en informe publicado estos días al hilo de la tragedia de Carral, en el que se asegura que la inmensa mayoría del público asistente a estas carreras desconoce por completo las normas más elementales de seguridad.

La fatalidad ha sido sin duda uno de los elementos decisivos en el accidente de Carral, a la espera de que se conozcan los detalles de la investigación judicial en marcha. Pero esta fatalidad no puede dejarse al albur de que irrumpa sin más cada cierto tiempo. La muerte de siete jóvenes en la comarca coruñesa reclama que se tomen medidas más efectivas contra esta periódica sangría. Quizás haya llegado el momento de que las simples recomendaciones de seguridad en estas carreras pasen a ser algo más que eso, simples recomendaciones. Evitar futuras muertes en los rallies es la mejor manera de que esta lacerante pérdida de vidas cobre al menos un sentido y sirva para marcar un antes y un después de la tragedia de Carral.