En su entorno sostienen que en realidad Xosé Manuel Beiras no dijo ni quiso decir lo que se le atribuye en algunos titulares de periódico. En la entrevista radiofónica ni se ofreció, ni mucho menos se postuló, para ser una especie de cabeza de cartel de la marea gallega, esa candidatura unitaria del nacionalismo y la izquierda rupturista que se pretende articular de cara a las elecciones generales de diciembre. Simplemente mostró su disponibilidad por si se considera necesario y conveniente por parte de los distintos actores de este proceso recurrir a una figura aglutinadora por encima de siglas, plataformas y corrientes, dando por sobreentendido que tal es su perfil.

Los más allegados a Beiras le han escuchado decir varias veces en los últimos tiempos que desea abandonar paulatinamente la primera fila de la escena política, que no quiere volver a ser candidato a la presidencia de la Xunta, ni seguir ocupando un escaño en O Hórreo, ni tener responsabilidades de dirección en Anova, la criatura partidista que fundó al abandonar el Bloque. Los años no perdonan (son casi ochenta primaveras) y la salud le ha dado serios avisos de que debe pasar a la reserva o levantar aún más el pie del acelerador.

Sin embargo, parece que al viejo profesor le gustaría prestar un último servicio a las causas políticas y sociales por las que lleva luchando en primera línea más de medio siglo. En ese sentido, y porque entiende que este es un momento que podría ser crucial para un cambio de sistema e incluso de régimen, no le importaría retrasar un poco más su retirada definitiva y, con sacrificio personal, aportar lo que esté en su mano para el avance de un movimiento que a su entender ya es imparable.

Es posible que Beiras considere para sus adentros que, no siendo él, es difícil encontrar en Galicia una figura de cierta talla y trayectoria que para los potenciales votantes de la confluencia nacional-izquierdista encarne esa doble condición. Lo mismo piensan los beiristas declarados, esos que tiene al veterano economista compostelano por un santón que ha de acabar en una hornacina o en una peana, como justo reconocimiento a sus desvelos por este país. Y hasta sus detractores admiten con la boca pequeña que don Xosé Manuel es una marca perfectamente reconocible en el mercado electoral de lo que sería la "unidade popular galega". Lo es tanto para gente joven como para las generaciones más cercanas a la suya. Lo que sí se da por seguro es que Beiras tiene interlocución personal y directa con Podemos, pieza clave en este intrincado puzle. Los Iglesias, Errejón, Bescansa y compañía se fían de él como garante de la transversalidad del proyecto político de la Gran Marea Galega y le atribuyen una capacidad proverbial de concitar acuerdos incluso entre enemigos íntimos en el espacio político en que se mueve. Lo de menos es si su rostro debe aparecer o no en los carteles electorales. Para los podemitas basta con que él avale las candidaturas.

Se sabe que Beiras está asistiendo con desdén al debate que suscitaron sus declaraciones, aunque no le hayan gustado demasiado algunas reacciones en caliente. El todavía portavoz parlamentario de AGE en Hórreo no tiene un papel activo en las asambleas y encuentros pro lista unitaria. Ni siquiera condiciona las posiciones de su grupo, Anova, en el proceso. Aún así, su alargada sombra sobrevuela muchas fases del debate. Es su sino. Por activa, por pasiva o por perifrástica, el autor de O atraso económico tuvo un papel clave en momentos decisivos de la reciente historia política de Galicia, desde las primeras elecciones democráticas, en 1977, cuando el entonces joven dirigente del Partido Socialista Galego no quiso propiciar un PSC a la gallega, a la asamblea nacionalista de Amio en 2012, de la que el Bloque salió fragmentado, a decir de algunos por su culpa, por su grandísima culpa.