Basta un vistazo a las portadas de los principales periódicos de este país para darse cuenta de la enorme importancia que en el mismo ha cobrado, en general, la vida política. Sus actores, los rifirrafes entre ellos, las diferentes convocatorias, las entrevistas en los ámbitos nacional, autonómico y local, y los distintos puntos de vista dimanados de las diferentes opciones de partido, así como su vida orgánica, incluido el nacimiento y la defunción de las mismas. Mención aparte merece, además, todo lo relativo a la judicialización de la vida pública, con causas abiertas y mantenidas en el tiempo durante años, denuncias cruzadas, un nivel de corrupción inaceptable y la consiguiente desafección de una ciudadanía cansada y hasta asqueada.

Hasta aquí, nada que ustedes no conozcan. Pero quiero dar un pasito más, y les pido que me acompañen en la reflexión. Lo que hoy les planteo, para generar debate y opinión, es si realmente es tan importante la política, sus actores y sus acontecimientos. La primera respuesta, a bote pronto y de libro casi de primero de carrera, es que la política es la fuente de un ordenamiento jurídico que, a la postre, ordena nuestros actos jurídicos y administrativos, e influye de diferentes y notables formas en nuestras vidas, y por eso es tan importante. Claro que sí, y eso ya me lo sé. Pero, insisto, ¿tiene sentido un peso tan grande de lo político y los políticos en nuestra vida cotidiana?

Mi respuesta sincera es que no, al menos en la medida en que lo vivimos hoy. Yo creo que en una sociedad normalizada, donde la política no es un problema, sino fuente de soluciones, los políticos y la política tienen su justo espacio y su razonable nivel de presencia pública y mediática. Nada más. En tal sociedad, y si uno analiza qué ocurre en los países de nuestro alrededor observará algunas claves en tal sentido, lo importante es el hecho productivo, el hecho social y el hecho convivencial. Lo político es un factor esencial para regular aspectos de estos tres anteriores, así como para gestionar lo que es de todas y todos. Pero lo político nunca es la joya de la corona de la comunicación, ni los partidos políticos son las entidades más presentes y con mayor relevancia pública.

Y este, desde mi punto de vista, sería un indicio de normalidad democrática e institucional. En España, Galicia y A Coruña deberíamos estar pensando en cómo potenciar nuestras habilidades personales y colectivas, en cómo seducir al resto del mundo con nuestros productos y servicios, en cómo fabricar una sociedad más justa y equitativa, donde las oportunidades puedan permear a la ciudadanía, y en cómo generar un conocimiento que nos trascienda, que nos mejore y que sea fuente de nuevos emprendimientos y logros para la Humanidad. Se trata de avanzar, sentado un marco estable que permita las seguridades necesarias para realizar lo antedicho, y dejar de estar poniendo siempre el foco en lo meramente organizativo a título doméstico. En el backoffice de nuestro propio emprendimiento personal y colectivo. Aquí lo que importa, sin embargo, es si uno se pelea con el otro, si el del bigote irá con el de la coleta, o si el más audaz es este o aquel. Las ideas y la concreción, largoplacistas y generadoras de futuro, están en un muy segundo plano, y con frecuencia se quedan en una formulación cosmética y de cara a la parroquia de cada opción política. Y hasta el elenco de personas llamadas a lo legislativo y, sobre todo, a lo ejecutivo, deja muchas veces mucho o muchísimo que desear en los planos curricular y experiencial. Se ha sustituido un necesario ejercicio de la política, que entiendo habría de ser mucho más contenido y alejado de los focos y la farándula, por un eterno bodeville donde algunos de los actores políticos son los nuevos galanes y divas de la escena mediática.

Mientras, por ahí fuera nos comen cada vez más los mocos, perdónenme ustedes la expresión. Nuestra sociedad se resquebraja por la falta de solidez conceptual de la misma, y la eterna lucha por las cuatro migajas de poder y los puestos de cuatro asesores, no pocas veces verdaderos iletrados en los temas que se supone dominan, es un mantra con el que nos desayunamos a diario. Menos ruido y muchas más nueces, entiendo yo. O, lo que es lo mismo, quédese la política, su ejercicio, sus actores y su praxis en un plano meramente coadyuvante, y pongamos los focos, a plena luz, sobre lo verdaderamente importante. Porque la política es importante, sí. Muy importante, en tanto que fuente de regulación y buena gestión. Pero si sustituye a aquello que debe constituir el núcleo de nuestra actividad, objeto de tal regulación, entonces tenemos un gran problema. Y aquí, no les quepa ninguna duda, lo tenemos.