Que Xulio Ferreiro no se haga ilusiones. Que sea consciente de su precaria situación, ahora que se cumplen los primeros cien días de la nueva corporación. He ahí el recado, un nuevo aviso, que los socialistas envían a la Marea Atlántica con la inesperada retirada de su apoyo a la modificación presupuestaria que ambos grupos habían pactado, después del patinazo de agosto. La seria pataleta que se agarró el alcalde, poco menos que pidiendo explicaciones a las cúpulas regional y provincial del Pesedegá, es prueba evidente de que no se lo esperaba y que le descoloca, pero también de que acusa recibo del mensaje que se le manda más o menos encriptado.

Sin embargo, Ferreiro debería saber que hasta cierto punto puede estar tranquilo. Su sillón no corre peligro alguno. En el PSOE no se plantean posibilitar ni propiciar activamente un retorno de Negreira y el Partido Popular a la Alcaldía herculina. Tampoco parece que entre en sus planes incorporarse al Gobierno municipal (pudieron hacerlo y no lo hicieron). Los tiros no van por ahí. Tampoco se trata de transmitir puertas afuera de María Pita una sensación de inestabilidad y menos aún de desgobierno por la posición minoritaria de la Marea, entre otras razones porque, a fin de cuentas, fueron los socialistas los que facilitaron el acceso al poder de la plataforma rupturista apoyando con sus votos la investidura del nuevo alcalde.

Son ciertos pesos pesados del socialismo herculino los que no disimulan su disconformidad con buena parte del fondo y muchas de las formas de gobernar de Ferreiro y los suyos. Menos gestos y más gestión, reclaman. No les gusta que el alcalde actúe como si el PSOE le hubiera extendido un cheque en blanco o como si creyera que por su cuenta y riesgo puede sacar adelante el programa de la Marea. En ningún caso apoyarán iniciativas rompedoras que en el fondo supongan una enmienda a la totalidad de la gestión de Paco Vázquez y Javier Losada. El actual grupo municipal socialista no se considera deudor ni heredero del vazquismo, pero tampoco puede ir contra su propia hoja de ruta, porque la incoherencia le debilitaría internamente y sobre todo generaría desconcierto en su clientela electoral.

A los socialistas, por lo visto, tampoco les gustan los acuerdos a varias bandas, menos aún cuando suponen la revisión de pactos anteriores y encima se hacen a sus espaldas, sin contar con ellos. Les contrarían aunque sean nimiedades como la enmienda del Bloque sobre el incremento casi simbólico de los fondos municipales para la lucha contra la violencia machista. Dapena, Barcón y compañía están un tanto sorprendidos de la ingenuidad, además de la bisoñez, con que actúa la Marea gobernante, llevando a pleno asuntos que no tiene cerrados o adquiriendo compromisos de gestión que no está en condiciones de cumplir, lo que transmite la imagen de una parálisis política que puede perjudicar a la ciudad.

Los ediles socialistas de María Pita juegan -y lo saben- con la ventaja de que sus mayores no piensan llamarlos a capítulo. Respetan escrupulosamente su autonomía a la hora de establecer tácticas y estrategias de cada grupo a nivel local, siempre que no entren en colisión con la política de alianzas del partido. Eso en A Coruña no sucede, al menos por ahora, mal que le pese al alcalde Ferreiro, a quien, incómodo por el revés que acaba de sufrir, le gustaría saber si Besteiro y Sacristán avalan la postura de sus representantes en la corporación herculina. A ninguno de los dos les quita el sueño el asunto. Ahora bien, a quien le puede empezar a producir más de un dolor de cabeza es al presidente de la Diputación Provincial, González Formoso, que no ocuparía el sillón que ocupa si las mareas no lo hubieran apoyado, alguna de ellas, tal vez la de A Coruña, haciendo de tripas corazón.