Este primer artículo de este tiempo de uvas y castañas está escrito desde el apasionamiento, el agradecimiento, la ilusión y la satisfacción. No es poco, ¿no? Pues les aseguro que es así. Y todo por algo sencillo, pero que para mí es importante e interesante. Ya saben, a veces hay cosas pequeñas, y que se notan poco en la vorágine de estos tiempos donde hay demasiado ruido y fuegos artificiales, pero que se adivinan sostenibles y trascendentes. Y esa es la sensación que yo tengo, a posteriori, hoy. Les cuento.

Sucedió en el Pazo de Lóngora, ayer mismo. Fue en una jornada organizada por la RGCUD, Rede Galega de Cooperación Universitaria para o Desenvolvemento, integrada por las universidades de Vigo, Santiago de Compostela y A Coruña, con la financiación de la Xunta de Galicia, a través de la Dirección Xeral de Relacións Exteriores e coa Unión Europea. Allí nos dimos cita personas del mundo de la empresa, de la universidad y de organizaciones sociales, con el fin de pensar cuál es el valor añadido de trabajar juntos en cooperación internacional y en educación para el desarrollo. Un tema muy en el candelero, al habernos afectado últimamente dinámicas globales que han causado empobrecimiento y dificultades para muchas personas del globo y, en particular, de nuestro entorno. Pero, al tiempo, un tema un tanto caído de la agenda en España, por aquello de que, en tiempos revueltos, este tipo de cuestiones menguan y hasta a veces y, en determinados contextos, se desvanecen.

Lo cierto es que algunas de las empresas de referencia en nuestra comunidad, como Abanca o R, estuvieron allí. Y, con ellas, organizaciones de referencia como Médicos del Mundo, Oxfam Intermón, Enxeñería Sen Fronteiras o Solidaridade Internacional de Galicia. Si a esto sumamos la presencia de profesorado universitario representante de grupos con interés, capacidad y experiencia en el mundo de la cooperación, podemos adivinar la potencia de lo que puede ser un pequeño germen para darle una vuelta, en clave gallega, a qué queremos aportar desde este rincón del mundo a aquellos pueblos con los que podemos compartir soluciones ya pensadas y testadas para abordar problemas muchas veces verdaderamente comunes, aprendiendo juntos nuevos modos.

Ese es el espíritu, precisamente, de las alianzas público-privadas para el desarrollo -APPD-, una construcción en la que lo público y lo privado se amalgaman para una mejora efectiva en el abordaje de la misión, que no es otra que contribuir a generar cambios para mejorar la vida de las personas. Unas personas que, muchas veces, sufren las consecuencias lacerantes de fenómenos ajenos, lejanos o que responden a intereses de terceros. Se trata de buscar una confluencia efectiva de todos los actores relevantes en el hecho de la cooperación, donde las organizaciones sociales tienen un natural papel, pero donde el sector privado también está llamado a producir cambios positivos sostenibles en la vida de las personas, compatibles con su natural objeto de producir un beneficio. Y todo ello con el complemento ideal de la Academia, de la Universidad, capaz de generar un marco de reflexión y expansión del conocimiento verdaderamente importante. Y del Estado, de la Administración, actor natural también de este ámbito como garante y gestor de las cosas de todas y todos.

Tuve la oportunidad de participar activamente en dicha jornada, presentando el relatorio y dinamizando un taller posterior. Y no dudé en recordar las históricas palabras de Julius Nyerere, uno de los padres de África. ¡Comercio, no ayuda! Y es que, al margen de que la ayuda y las transferencias sociales sean hoy básicas para tratar de compensar lo ya acontecido, y paliar las consecuencias de la pobreza crónica, otro paradigma comercial y económico tendría la potencia necesaria para la construcción real de un mundo más inclusivo. Y ahí la empresa tiene mucho que decir, y se conforma como un actor natural de la cooperación. Una realidad que Naciones Unidas ha vislumbrado con claridad, incorporando las alianzas público-privadas a sus objetivos de desarrollo sostenible, agenda post2015, y que es el futuro que viene en esta temática, más allá de la Responsabilidad Social Corporativa.

La economía real y sus actores, así, pueden ser agentes transformadores, atendiendo las necesidades reales de sus grupos de interés, en el que naturalmente se encuentra también la propiedad o el conjunto de accionistas. Una empresa sostenible, responsable y que busca crear valor a su alrededor de forma armónica y equilibrada es una empresa exitosa y mucho más sólida. Una empresa ganadora y, también, agente de cambio.

En fin, ya ven. Un tema verdaderamente relevante, en el que hemos estado inmersos en la mañana de ayer una veintena de personas con trayectoria en este ámbito. Ojalá haya salido algo bueno de ahí, nuevas relaciones y algunas ideas diferentes que permitan, con el tiempo, avanzar en valores, ideas, discurso y praxis. Que así sea.