Las elecciones de mañana, querida Laila, no son para saber quién gobernará Cataluña durante los próximos cuatro años y con qué criterios políticos se hará esto. En realidad se trata de saber cuántos apoyos tienen los independentistas, con su hoja de ruta incluida, y cuántos catalanes rechazan esta propuesta. El presidente Mas no ocultó nunca que convocó estas elecciones para sustituir un referéndum que no le han permitido hacer legalmente y que se quedó en una especie de macroencuesta. Este carácter plebiscitario, negado formalmente por el Gobierno de España y por los partidos contrarios a la independencia, fue admitido en la práctica por todos, pues ese ha sido realmente el único contenido de la campaña que todos, sin excepción, han realizado. Mañana ganarán las elecciones los independentistas, porque serán la alternativa más votada. Solo está en el alero saber si obtendrán la mayoría absoluta en escaños, en votos o en escaños y votos. Así lo dicen o confiesan todos los analistas, los expertos y los sondeos. Habrá que ver, pero esto es lo que se espera.

Durante la campaña el Gobierno de España, la mayoría de los partidos contendientes, contrarios a la secesión, y de los medios de comunicación con su tratamiento y jerarquización de las noticias, con sus columnas de opinión, con sus informes y análisis han recurrido al estímulo del miedo e incluso a la amenaza para frenar apoyos a los independentistas y pocos han promovido la reflexión y el debate políticos que, en todo caso, han quedado sepultados por los aludes de la mera propaganda engañosa o del despropósito. Los secesionistas, por su parte, han caído en similares actitudes enarbolando un memorial de agravios, reales, inventados o exagerados, sin dejar de recurrir a la presión social y al ambiente patriotero y sofocante de crispación, que genera miedo a manifestar convicciones propias y diferentes al entorno. No deberemos extrañarnos, por tanto, que tenga su influencia en el resultado final ese voto llamado oculto e impermeable a cualquier intento demoscópico por conocerlo, precisamente porque se defiende de la presión y conjura el miedo.

Pero desgraciadamente, querida, sí hay resultados totalmente seguros de estas elecciones. Uno será la brecha social y la ruptura afectiva que separará, si no ha separado ya, a unos catalanes de otros y que atravesará vecindarios, familias y hasta núcleos de amigos de siempre quebrando, Dios sabe hasta qué punto, la convivencia y la comunicación entre conciudadanos. Otro será la frustración de muchos con sus secuelas de crispación, afán de revancha y hasta ajustes de cuentas. Y un tercero serán los recelos, las reservas mentales y los prejuicios, en el mejor de los casos, y el enfrentamiento, el agravio y la represalia entre catalanes y españoles, en el peor. Y esto, amiga mía, no se puede atribuir a la mera existencia de posiciones políticas legítimamente distintas y mucho menos a la vía democrática para solucionarlas, sino a la nefasta gestión política, por acción y por omisión, que se ha hecho y se hace.

Sin embargo, querida, he de decirte que la política, como ese dios que escribe derecho con líneas torcidas, hace que estas elecciones catalanas vayan a traer, también como resultado, la mejor salida a un problema político nuestro que nadie ha querido encarar, pero que a partir de ahora va a estar en todas las agendas y que comenzará a abordarse tras las elecciones generales gracias a las catalanas: la reforma, y muy substancial, de la Constitución del 78. Reforma ya imprescindible para la convivencia, para la salud de nuestra democracia y para la mejora de su calidad. Y éste, querida, sí es un excelente resultado.

Un beso.

Andrés