Buenos, buenos, buenos días, cumplido bien el trámite del paso al otoño y en jornada de reflexión de una nueva edición de elecciones autonómicas catalanas, tierra desde la que está escrito este artículo de hoy. Un tema muy en el candelero, que veremos cuánto va dando de sí, y que constituye uno de los referentes más importantes de la actualidad informativa.

Y bien digo uno de los referentes, muy en clave interna, porque el otro -más global- no deja de ser el masivo escándalo, de proporciones increíbles, que salpica a la firma de automóviles Volkswagen y, por extensión, a Alemania y su credibilidad como referente de tecnología y buena praxis empresarial. Se habla hoy de al menos once millones de vehículos en los cuales, vía software, se ha conculcado la legalidad vigente y se ha roto la lógica de confianza más elemental y necesaria en el ámbito comercial.

Un verdadero despropósito, que es difícil digerir y terminar de creer y que ha sido descubierto casi "por casualidad", y por el empeño del personal de un laboratorio estadounidense, que no acababa de creerse los palmarios datos que arrojaban sus estudios. Una locura que, si se termina de confirmar en los términos que hoy se explican, ha de tener no sólo consecuencias administrativas y de responsabilidad civil, sino penal. Y es que la broma presuntamente inventada en los cuarteles generales de dicha firma ha redundado en un incremento significativo de un tipo específico de contaminación que hoy nadie duda en calificar como especialmente nociva para el medio ambiente y las personas. Ese carácter fue precisamente el origen de las restrictivas regulaciones puestas en marcha por la Unión Europea o Estados Unidos que, por lo que parece, hubo quien quiso soslayar con un ingenio capaz de detectar si el motor estaba sometido a pruebas específicas de emisiones o no, para que el mismo seleccionase un ciclo menos contaminante o no.

Por ello entiendo que, presuntamente, ha habido alevosía y una clara estrategia orientada a burlar los controles oficiales, bien orquestada y con el último objetivo de defraudar. Porque, no se engañen, si la firma de automóviles buscó eludir la norma medioambiental y, con ello, conseguir mayores rendimientos de sus motores, fue por una cuestión únicamente económica. Vendía así potencias más altas con motores más ajustados, más baratos, pero más contaminantes. Y, en una palabra, defraudó.

Por eso suena a jocoso canto de sirena la aseveración de la Volkswagen, al más alto nivel, en el sentido de que "esto no volverá a suceder". Esto es como si yo rompo un escaparate y me llevo cuatro jamones o dos relojes de oro y, pillado in fraganti, trato de convencer a la policía de que "no se preocupen, que no volverá a pasar". Si los hechos se confirman, y parece que la cuestión va en ese camino, esto es verdaderamente grave, incluyendo importantes derivadas penales que han de ser depuradas según lo previsto por la ley.

Si esto no fuese así, fomentaríamos verdaderamente la cultura de la impunidad. Y estaríamos sentando las bases para una gran frustración colectiva, para consolidar el engaño cometido con los clientes que habían confiado en la multinacional automovilística y para que otros, por qué no, siguiesen el desafortunado ejemplo de cómo irse de rositas después de haberse reído del mundo entero. No hay más camino que el de profundizar en la investigación de qué ha ocurrido, por qué, y a cuántas marcas afecta, analizando qué han hecho otros en el siempre complejo y competitivo mundo de la fabricación de vehículos. Y, a partir de ahí, obrar en consecuencia. La legalidad vigente no puede ser conculcada de tal manera sin que algo ocurra.

Y es que, no lo olviden, si hay una legislación con consecuencias verdaderamente contundentes para quien la vulnera es la medioambiental. Particulares y pequeñas empresas son a menudo denunciadas por deslices menores, con consecuencias irreversibles. ¿Y esto? Estamos hablando de una norma europea y un engaño particularmente bien hilvanado, con desarrollos específicos que responden al único objetivo de vulnerar la ley para ganar millones de euros. Gravísimo, ¿no? A mí, sin ninguna duda, me lo parece. Espero que el tratamiento de esta cuestión esté a la altura de las circunstancias. Aunque, desgraciadamente, la contaminación emitida ya no sea un elemento reversible en esta ecuación...