Nueva entrega de una jornada, que dicen seguirá siendo soleada, en la que si nada se tuerce seguiremos compartiendo tiempo y espacio. Y todo ello en medio de un mundo cargado de contradicciones, intereses creados que lastiman la vida de las personas y problemas por resolver. Pero un mundo donde hay, sobre todo, grandes avances, visto con perspectiva de varias décadas... Lo hablaba estos días con uno de mis sabios de cabecera, Juan, alguien de noventa años que emigró en pareja en su día a Barcelona desde la España más rural, que construyó su casa con sus propias manos y que, juntos, sacaron adelante a su familia a pesar de las penurias de una época que meterían miedo a los más pintados. Como tantos miles de refugiados económicos que, al hilo del desarrollismo y del tirón de capitales como la antedicha Barcelona o Bilbao, que he vuelto a visitar estos últimos días, fueron uno de los pilares sobre los que se construyó la prosperidad de tales urbes.

Les hablaba de Juan. Un hombre que conserva toda su lucidez a la hora de hacer un análisis verdaderamente certero del ayer y del hoy, y que afirma sin cortapisas que ningún tiempo pasado fue mejor y que esta, a pesar de la gran cantidad de problemas pendientes de solución, es la época de mayor prosperidad que ha conocido. Juan lo tiene claro. Hay problemas, sí, pero en España hay un salto cualitativo enorme entre la forma de vida y las oportunidades hoy y hace siete u ocho décadas. Y todo ello a pesar de determinadas dinámicas regresivas que, en el corto plazo, pueden eclipsar algo de este discurso.

Pero hace tiempo nuestra ciudadanía vivía, netamente, mucho peor. Y, para muestra, otro botón. Tuve la oportunidad de conocer más estos días sobre la labor de Elisabeth Eidenbenz en Elna, cerca de Perpignan. Un emprendimiento social, fundado en 1939, que permitió que cuatrocientos hijos de mujeres españolas internadas en campos de refugiados, en Francia, pudieran nacer. Les hablo de la Maternidad de esa localidad, un lugar emblemático cerrado en 1944 por la Gestapo, pero donde fue posible que casi seiscientos niños y niñas viesen la luz, hijos de judíos y españoles. Todo un logro...

En el caso de las y los españoles, fundamentalmente habían huido tras la caída de la misma Barcelona, uno de los últimos bastiones de la República, que produjo una enorme diáspora. Medio millón de refugiados huyeron a Francia, por Irún, La Jonquera y Portbou. Al Departamento francés de Pirineos Orientales llegaron entonces más de 350.000 personas procedentes de España, bastante más que la población local, a pie y casi únicamente con lo puesto. Vivieron unas condiciones durísimas, propias de una época y unos medios diferentes, en las que los hijos por nacer casi estaban condenados a no ver nunca la luz. De ahí la importancia de apoyos como la Maternidad de Elna y el trabajo desinteresado de personas como Elisabeth.

Eran refugiados, y escapaban de una cruel y cruenta guerra que destrozó la convivencia y cercenó la vida de muchas personas. La misma dinámica que hoy asola verdaderos avisperos de la Humanidad, como el de Siria, y que propicia que otros muchos seres humanos se pongan en marcha, sin destino fijo y afrontando inciertos y duros peligros. Pues los españoles también hemos sido refugiados, sí, y el ejemplo que pongo, llegado de la vecina Francia, es uno de los muchos que nos ha brindado Europa en apoyo de la libertad y la mejora de la vida de las personas.

Todo eso lo aprendo de Juan y de otras personas que conservan una memoria especial, que muchas veces pone los pelos de punta. Dicen que el ser humano es el único capaz de tropezar dos, tres, cuatro o más veces en la misma piedra. Ojalá lo superemos y, no olvidando, lleguemos alguna vez a ser mejores...