Lo dicen sus correligionarios y los adversarios políticos asienten. Él no necesita de la política para nada, pero la política está cada vez más necesitada de gente como Enrique López Veiga, que desde un artículo en la prensa se atreve a mandar callar nada menos que a José María Aznar. El aún senador del Partido Popular por la comunidad autónoma acusa de desleal al ex presidente del Gobierno por sus duras críticas al partido tras las elecciones catalanas. En realidad no hace más que poner negro sobre blanco lo que piensan -y dicen en voz baja- dirigentes, cargos públicos y destacados militantes del Pepedegá, para quienes el presidente honorífico del PP es el menos indicado a la hora de lanzar acusaciones más o menos veladas a la forma en que Rajoy encaró el desafío secesionista. López Veiga recuerda que Aznar pactó con el nada honorable Pujol su primera investidura, transfirió importantes competencias y no dudó en sacrificar a un peón de lujo, Alejo Vidal-Cuadras, para garantizar la entente con el nacionalismo.

El senador López Veiga, biólogo y economista, alto funcionario de la Comisión Europea, fue dos veces conselleiro de Pesca, además de diputado autonómico y miembro de la ejecutiva gallega del PP. Tuvo también un largo y brillante paso por la empresa privada. Tenía la vida más que resuelta antes de ocupar cargos públicos. Ambición cero. Se incorporó al gobierno gallego por vocación política y por espíritu de servicio, perdiendo dinero. Y eso que en su época los sueldos oficiales aún no habían sufrido la poda de la austeridad. Muchos de sus compañeros en la Xunta aún recuerdan la valentía con la que enfrentó a situaciones críticas, incluso jugándose el físico. Como reservista de la Armada, es natural que no tenga reparos en coger su fusil -dialéctico- si las circunstancias lo requieren.

Había decidido dar por concluida su vida, no tenía previsto volver a la arena política cuando, en la primavera de 2012, recibió una sorprendente llamada de Feijóo, el que fuera su rival en la sucesión de Fraga al frente del PP gallego. El presidente de la Xunta le ofrecía ocupar uno de los escaños reservados a Galicia en las bancadas del Senado. Su "amigo Alberto" le convenció y dijo que sí, aún contrariando los deseos de su círculo familiar. Feijóo sabía que López Veiga es una persona con criterio propio, sin pelos en la lengua y de las que nunca se quedan con las ganas de decir lo que piensa en aquellos asuntos en los que cree que debe mojarse.

Los que mejor le conocen aseguran que don Enrique no habla, ni escribe al dictado de nadie. No lo hizo nunca, menos ahora que ya no aspira a nada, sino que está deseando disfrutar de una jubilación dorada, cómoda, tranquila, para realizar algunos proyectos que le quedan pendientes. Dicen que le apetece volver a ser un ciudadano de la calle y un militante de base de su partido, con la libertad que eso confiere. Se da por seguro, sin embargo, que sus superiores en la cúpula del PP galaico estaban al tanto de lo que López Veiga se proponía escribir y que le dieron su nihil obstat en la medida en que su artículo sale en defensa de un Rajoy al que demasiada gente de la derecha madrileña lleva tiempo segándole la hierba bajo sus pies.

No se puede etiquetar a Enrique López Veiga de marianista, si acaso de fraguista por su confesada admiración hacia Don Manuel. Pero está convencido de que el Partido Popular corre el riesgo de suicidarse electoralmente -en Madrid, tal vez también en Galicia- si deciden ventilar las diferencias internas y airear los trapos sucios. A su entender, es la hora de la lealtad, de cerrar filas, sobre todo de arriba abajo, y si alguien tiene que dar ejemplo es quien, como el ex presidente del Gobierno de España, también se benefició en su día del arrope de mucha gente gente a la que disgustaron profundamente determinados comportamientos personales y políticos del último tramo de su mandato. Esa soberbia caudillista, de la que habla el senador autonómico, que está convencido de que aún sigue pasando factura entre la clientela natural del centro derecha español.