Lo hizo delante de algunos de los empresarios y ejecutivos más poderosos de España reunidos en A Coruña en el congreso de la Confederación Española de Directivos. Fuera de guión, improvisando, Alberto Núñez Feijóo reivindicó la llamada operación Roca, uno de cuyos principales artífices, Antonio Garrigues Walker, ocupaba asiento en la primera fila del auditorio del Palexco. Feijóo y Garrigues habían intercambiado impresiones antes del inicio del acto inaugural, que el presidente de la Xunta aprovechó para lanzar un mensaje político de gran calado que, sin embargo, vaya usted a saber por qué, pasó casi desapercibido excepto para los allí reunidos. Más de un asistente habrá tomado buena nota y es seguro que los ecos de lo que dijo Feijóo habrán llegado ya hasta la planta noble de la calle Génova y a Moncloa.

Por operación Roca se entiende el intento de crear un partido de ideología liberal y centrista, que actuara como bisagra entre el PSOE de Felipe González y la AP, hoy PP, de Fraga. El Partido Reformista Democrático (PDR) nace a mediados de los ochenta de la confluencia de intereses de algunos supervivientes de la desaparecida UCD -entre ellos, Coalición Galega- con el nacionalismo catalán encarnado por Convergencia i Unió (CIU), cuyo dirigente Miquel Roca, uno de los padres de la Constitución, sería el cabeza de cartel y presidenciable. A pesar del generoso apoyo económico de la banca y la gran patronal española, la aventura se salda con un sonoro fracaso electoral en las urnas de 1986. No obtiene ni un solo escaño, como tal PDR, fuera de Cataluña y Galicia. Los socialistas revalidan su mayoría absoluta, justo lo que el reformismo quería evitar a toda costa.

Para Feijóo, aquella operación fue vista con mucho interés por jóvenes como él que seguían la política como espectadores más o menos interesados en la cosa pública. Cree que era una buena idea -y una iniciativa inteligente y valiente- la de implicar al catalanismo en la gobernación de España. De haber salido bien, en opinión de don Alberto, es probable que el sentimiento identitario se hubiera calmado y en ningún caso habríamos llegado a donde hoy estamos, con el secesionismo catalán amenazando con una declaración unilateral de independencia.

El líder de los populares gallegos está convencido de que aquello se malogró seguramente porque no era el momento oportuno para un planteamiento de esa naturaleza. Habría que haber esperado algún tiempo más para lanzar la operación. La idea no solo no ha caducado, sino que, según Feijóo, mantiene su vigencia. Tal vez sea éste el momento de recuperarla de algún modo para reconducir la cuestión catalana, asumiendo que la solución vendrá por vía política y de "refrescar nuestra forma de actuar" (sic). Mientras formulaba este alegato, don Alberto se dirigía en todo momento a Garrigues Walker, a quien agradeció reiteradamente su destacado papel en aquella maniobra.

Lo que Feijóo dijo en plan estadista ante la flor y nata del empresariado español -y catalán- impacta en la línea de flotación del argumentario del PP y del Gobierno Rajoy a propósito de lo que está sucediendo en Cataluña. Sobre todo porque apela a la necesidad de recuperar la política como arte de lo posible y a la conveniencia de tender puentes entre el catalanismo moderado y el reformismo constitucionalista que defiende la unidad de España desde el reconocimiento de la diversidad territorial. Esa no es la tesis que, al menos hasta ayer, defendían Mariano y sus alfiles, partidarios de esgrimir la legalidad vigente como un arma disuasoria, tanto frente a los independentistas como ante aquellos que creen que las reglas de juego se pueden y se deben cambiar respetando los cauces legales y democráticos en aras de un mejor encaje de Cataluña en España y de España en Cataluña. Un recado de don Alberto a aquellos sectores de la derecha sociológica, económica y mediática que le reclaman en Madrid y que, en realidad, no le conocen tan bien como creen.