Si nos paramos a leer, ver y oír los dimes y diretes sobre la situación política del Estado español, es posible que el aburrimiento desvanezca la voluntad de observación y provoque una sensación de hastío, cansancio mental e incapacidad para analizar las opiniones vertidas en encuestas, debates, mesas redondas, tertulias de mentideros o reuniones de café o vermut y, llevamos una buena temporada (más cargada de bombo a partir de las elecciones catalanas del pasado 27-S) enganchados por las maniobras secesionistas (promovidas por los catalanistas radicales) al margen de toda negociación y es el tan traído y llevado soberanismo, el que ocupa, prácticamente, todos los medios públicos, privados y opinantes de toda condición social. Lo cual, en principio, no está mal. No obstante el problema catalán (del que ya hemos hablado y tendremos que seguir hablando, aunque ya resulta cansino) es como una cometa rota, hecha añicos por el viento cayendo hecha un guiñapo, y no porque una parte importante de los ciudadanos de aquella histórica nación pidan, ¡ojo! sin recurrir a la violencia, más soberanía, sino porque sus dirigentes, unos para ocultar sus corruptelas (CDC), otros por sus ansias de poder (ERC) y los antisistema (CUP), se han saltado todas las disposiciones emanadas de nuestra Constitución, si bien es cierto que todo ello ha ocurrido con la inestimable ayuda del Gobierno central, presidido por Rajoy (PP), incapaz de tender puentes para el diálogo buscando el apoyo de las demás fuerzas políticas.

Es evidente que Catalunya sigue ocupando una parte muy importante del escenario español; se sigue hablando más de dicho tema que del anuncio de elecciones generales el próximo 20-D, de cuyo resultado van a depender otras cuestiones, además de la catalana, que habrá que resolver sí o sí, habida cuenta afectan a la mayoría de los hispanos. El paro aumenta, estamos por encima de los 24 millones, la contratación es tan temporal que, incluso, se hace por horas, nuestros jóvenes siguen emigrando, la economía es un fiasco y la llamada al orden de la Comisión Europea para que España rehaga su presupuesto, por un incumplimiento del déficit 2015-2016, es una seria advertencia que, por mucho que Guindos y Montoro se desgañiten, sus alegatos y falacias se desmontan por sí solas. Cualquiera puede ver, percibir y sentir que los salarios siguen a la baja, las pensiones no suben, la educación y la sanidad cercenadas por los recortes y un suma y sigue provocados por los llamados sistemas de austeridad aplicados por la sumisión de Rajoy a su idolatrada valquiria Merkel. Todo un disparate que ha liquidado el Estado del Bienestar. A todo ello ahora se une el varapalo que los populares han llevado en Catalunya, cuestión que ha provocado una fuerte colisión y división interna, una lucha encarnizada para colocarse en los mejores puestos del pesebre parlamentario. El enfrentamiento en la formación conservadora conlleva una pérdida de su electorado más moderado y una deriva que los aparta y aleja fuera de su órbita política, precipitándolos en un agujero negro del cual va resultar muy difícil resurgir. El problema de las listas a las generales, en menor medida, también comprende al PSOE, y Podemos, después del pinchazo catalán, solo puede acomodar un chiringuito, con el lema: ya veremos si algún día podemos, y un escudo con la coleta de Pablo Iglesias. En fin, que todo este embrollo lo hayan provocado los resultados de las elecciones catalanas, tienen su punto orgásmico ¡Vaya gobierno tenemos en el territorio hispano! Dan pena.