Hace ya bastantes años, cuando el fenómeno de la cooperación al desarrollo empezó a tener un poquito más de fuerza en España, el paradigma era bastante claro. Simplificando bastante, se trataba de la existencia de dos mundos en un único planeta. Por una parte, Europa, América del Norte, habas contadas en América del Sur y parte de Asia y Oceanía. Ellos eran el mundo rico, y atesoraban una gran parte de los recursos del planeta. Por otra, fundamentalmente África, otra parte de Asia y, con altibajos, América Central y del Sur. Independientemente de los recursos, aquí se concentraba la mayor parte de la pobreza, con rentas per cápita y ratios de acceso a servicios básicos verdaderamente bajos. Este modelo, con algunos avances muy significativos, fruto también de la cooperación internacional privada y multigubernamental, duró unas cuantas décadas. Pero, como todo en esta vida, no fue para siempre. Hoy, 21 de octubre de 2015, fecha a la que en su día viajaron los protagonistas de Regreso al futuro, las cosas son de otra manera. Y es que la mundialización económica ha traído, como una de sus consecuencias, una rápida redistribución de los mapas de la riqueza y de la pobreza. Ligar estas a determinados territorios es hoy mucho menos cierto que en la etapa anterior. Porque la opulencia y la más misérrima situación, juntas, hacen su aparición cada día en escenarios variopintos. Son el ying y el yang del desarrollo humano, y tanto se pueden ver en el Central Park de Nueva York como en cualquier calle de una atiborrada ciudad india. Hoy ya no tienen tanto sentido aquellas viñetas de culto donde en el norte, rico, unos pocos se comían todo el pollo mientras que, en el sur, millones de personas desnutridas trataban de llegar a las migajas que caían de aquella opípara mesa. Que siga habiendo algunos desvanes muy concretos de la Humanidad no amerita identificar exactamente las situaciones de pobreza efectiva con una u otra latitud, sino que la misma se ha globalizado. El mismo concepto de "Tercer Mundo", ya superado dialécticamente en los últimos años, ha terminado de perder toda su vigencia. El empuje de las situaciones de "Cuarto Mundo" o, lo que es lo mismo, de "tercer mundo en el primer mundo", le ha ido ganando por goleada. Hoy el parámetro fundamental, mucho más crítico e importante que la renta per cápita y resto de medidas centrales, es la inequidad. Esta es la que marca el pulso de la pobreza real no en un lugar concreto del planeta, sino en todos sus rincones. Hoy, vía desempleo, exclusión social, o programas sanitarios sólo para los más acomodados económicamente en buena parte del mundo más rico, la inequidad es la amenaza, y hace estragos. Se ha globalizado la pobreza, y muchas personas sufren lo indecible muy cerca de las mansiones de los más acaudalados. Simétricamente, ha proliferado una clase económica con cierta holgura allá donde antes se producían situaciones de gran escasez generalizada para toda la población. Maquilas, producción a destajo y talleres con condiciones de trabajo ciertamente límite han potenciado esta realidad, que ha implicado el advenimiento de clases socioeconómicas inéditas. Con todo, y sin negar la existencia de regiones del planeta donde la pobreza absoluta es mucho más frecuente, o incluso casi generalizada, con especial prevalencia en África Subsahariana, es difícil ya explicar la realidad socioeconómica de los países sin abordar de forma clara, manifiesta y contundente los indicadores de inequidad, esto es, los indicadores de dispersión de renta. Las medidas centrales se siguen quedando en una foto muy desdibujada de la realidad, donde parece que usted y yo nos hayamos comido medio pollo por persona, aunque yo me lo haya comido todo y usted se haya limitado a mirar. O viceversa. Pero tal cambio de escenario no es, en términos de involución global, lo peor, sino que lo que predicen los expertos es que el mismo ha llegado para quedarse y para, cada vez más, ser nuestro pan de cada día. Con fenómenos de hoy como la emergencia de China, que rompe y rasga comprando medio mundo pese a su desaceleración, o con la generalización de las medidas de ajuste estructural del Fondo Monetario Internacional para escenarios antes impensables, todo cambia a pasos de gigante, sin que lo notemos, pero dibujando cada día un mundo diferente. Y, al tiempo, la inequidad se acrecienta y consolida. Hoy empieza a ser factible ser un trabajador alemán, griego o español sin recursos para llegar a fin de mes o, fruto de la violencia generalizada en desvanes de la Humanidad, ser una persona sin identidad que vagabundea por cualquier ciudad del mundo. Al tiempo, en China los nuevos millonarios suponen un porcentaje enorme de la población española. Inequidad, pues. Y esto en un país como España, que junto con Grecia son los estados europeos donde más ha crecido la pobreza entre 2008 y 2014, según la oficina comunitaria de estadística, Eurostat. Con lo visto a pie de calle desde hace diez años, ¿a alguien le extraña? Pues cuidado, porque los frutos de tal desigualdad suelen ser crueles, irreversibles a medio plazo, destructores de la convivencia y productores de mil y un problemas colaterales cuyo balance económico es, con frecuencia, mucho más gravoso que los costes para atajarla. Imaginemos un futuro con mayores dosis de equidad. Es nuestra oportunidad.