Al final, querida Laila, volvieron a liarla parda. Parecía que en esta ocasión, ante las elecciones plebiscitarias catalanas, la jerarquía católica iba a mantenerse discreta y con cierta apariencia de neutralidad, pero he aquí que el cardenal Cañizares toma la iniciativa de convocar una vigilia en el día de reflexión para que los fieles valencianos rezaran por la unidad de España, unidad que su eminencia considera un bien moral a preservar, como en su día lo consideró también el cardenal Rouco. La respuesta de la jerarquía católica catalana no se hizo esperar y el obispo de Solsona, Josep María Soler, convoca para el mismo día de las elecciones un tañido general de campanas para, según él, "anunciar la llegada del día de la libertad". Nunca mejor dicho, el de Solsona dio la campanada y la dio por reacción a la iniciativa del de Valencia, ya que el mismo Josep María Soler se había negado al tañido de campanas en una diada anterior, por lo que había sido abucheado en su día. Da que pensar la facilidad con que la jerarquía católica se implica cuando de nacionalismo se trata y la dificultad, lentitud o declarada prudencia que tiene en otros temas cardinales. Es posible que, tras lo de la sexualidad humana, sea el nacionalismo lo que más pone a los obispos católicos. De hecho, a los largo de la historia fueron muchas las ocasiones en que los obispos bendijeron y aseguraron el mismo apoyo de Dios a ejércitos de dos naciones contendientes.

Recuerdo, querida, que un exdirigente nacionalista vasco, en sus tiempos de comprometida militancia, me hacía notar cómo en todos los nacionalismos, el español incluido, estaban siempre "metidos los curas" quizá, decía él, con la excepción del nacionalismo gallego, que consideraba más libre de la injerencia de los jerarcas católicos, cosa que admiraba especialmente, además de considerarnos el pueblo objetivamente más diferenciado de todos los integrados en España. Evocaba este dirigente vasco el grito, Dios y leyes viejas, con que el padre del nacionalismo vasco, Sabino Arana, dio el salto del carlismo al nacionalismo y subrayaba la curiosa discusión sobre si ETA había nacido en los seminarios o en las sacristías y el papel jugado por obispos vascos, como Setién.

Con respecto a Cataluña, donde el nacionalismo tiene orígenes menos píos, indicaba sin embargo mi amigo el importante papel jugado por la Abadía de Monserrat en las aspiraciones emancipadoras catalanas. Hoy seguramente destacaría también la decisión de los obispos catalanes de 1995, reunidos en concilio, de constituir la Conferencia Episcopal Tarraconense, como la española pero diferenciada de ella, y que está a la espera de su definitiva aprobación en Roma. Este gesto de los obispos catalanes fue interpretado, naturalmente como un apoyo eclesiástico nada sutil a las aspiraciones secesionistas del nacionalismo catalán. No deja de ser significativo, amiga mía, que la provincia eclesiástica catalana se denomine tarraconense, igual que la más importante provincia de las tres en que el Imperio Romano dividió la península Ibérica. La jerarquía católica, como siempre, aportando esencias, identidades y referencias históricas o míticas que tan caras son a todos los nacionalismos. Y no olvides que también el nacionalismo español se asienta muy fundamentalmente en una esencia o identidad bien connotada: el cristiano viejo.

Yo no sé si en esta querencia episcopal tan nacionalista no tendrá mucho que ver esa especie de idea o concepto teológico, común a los tres grandes monoteísmos, de Pueblo elegido, Pueblo de Dios o incluso Umma. No lo sé, querida, pero lo cierto es que un día sí y otro también dan la campanada y la lían parda.

Un beso.

Andrés