Hoy he echado un vistazo, por aquello de confirmar mis sospechas, a cuatro o cinco portadas de diarios relevantes de este país. Y mi hipótesis de trabajo quedó confirmada: las referencias a la práctica política -partidos, declaraciones de sus dirigentes, corrupción o presunta corrupción de algunos otros que lo fueron, declaraciones nostálgicas de quien dirigió todo y hoy torpedea a su heredero de izquierda o derecha, precampaña electoral, etcétera- ocupaban una buena parte de la misma. Y lo peor, amigos, vecinos y ciudadanos, es que siempre es así. ¿No parará esto nunca?

Tengan ustedes buenos días. Es octubre, por poco tiempo. Noviembre llegará a nosotros al doblar la esquina de este próximo fin de semana. Y, después del mes del San Martiño y el máximo esplendor cromático del bosque en otoño, diciembre. He visto en alguna tienda que el turrón ya había llegado, y Loterías del Estado -¿sigue siendo del Estado?- estará apurando su omnipresente campaña de Navidad. Pero, este año, diciembre también nos traerá el 20-D. Y, con él, ración doble o triple de esta megaexageración de espacio y tiempo dedicado a lo que únicamente debería ser silencioso, casi automático y menos cotidiano...

Y es que, lo hemos comentado más veces, parece como si aquí todo se dirimiese en torno a la cosa pública, cuyo papel entiendo debería ser más discreto y orientado a que lo importante y real verdaderamente funcione. Aquí, como digo, no. Parece que lo más grande, importante y trascendente que nos pueda pasar sean unas elecciones, y no el hecho productivo -la empresa, el emprendimiento, el comercio, la capacidad de transformar-, el social -la organización de nuestra sociedad, las oportunidades para todas y todos, la redistribución de la potencia económica y las oportunidades, la convivencia- o el conceptual -la cultura, el arte, el pensamiento abstracto...-. No. Aquí lo más importante parece ser que es si estos van con aquellos a las elecciones o si, por el contrario, se han peleado y no hablarán más ya. Puro cotilleo. Y, debajo, pocas ideas nuevas y una sociedad un tanto pasmada, que se reboza en sí misma y en sus límites, cada vez más.

Los grandes acontecimientos, en mi opinión, surgen del mundo real. De ese que genera capacidades y conforma una sociedad en marcha. Y ese es el que debería acaparar las portadas. La investigación, el hecho comercial, la innovación en la organización social, la capacidad de propuestas nuevas para seducir con nuestros productos y servicios, la transmisión del conocimiento... Lo otro, lo acaparado hoy por la mejor franja horaria de la televisión y los mejores espacios en los tabloides, es sólo dos cosas. Por un lado, la normal y natural confrontación de ideas en cualquier sociedad democrática, a partir del voto ciudadano, que genera las líneas maestras de las que dimana la necesaria normativa para poder entendernos. Y, por otro, gestión. Una gestión que debería ser mucho más mecánica, muchísimo menos politizada, con un perfil de comunicación mucho más bajo y, eso sí, bastante más eficaz y eficiente. Sólo eso. Operativa diaria.

Pero no. Aquí seguimos produciendo galanes y villanos a velocidad de vértigo, sin que sea evidente su aportación en términos de ideas y de capacidades. Personas que, en muchos casos, no vienen de ese mundo real del que debería surgir lo más importante de nosotros mismos, sino que son producto de las propias canteras de las organizaciones que les acogen, y en las que se les enseña a hacer que dicen sin decir nada, o a intentar contentar a diferentes grupos de interés con intereses antagónicos, en un ejercicio imposible y vano. Mientras, el país y su gobernanza adolece de una mayor orientación a resultados. Y muchas de nuestras venas abiertas se desangran en términos de fatiga económica, incremento de deuda o emigración, pura y dura, como la que vivieron nuestros mayores. O por un cierto grado de corrupción absolutamente insostenible desde el punto de vista moral, que ya ha hecho un daño irreparable a numerosas instituciones.

El día que busquemos menos noticias en la praxis política, y esta se oriente únicamente a asegurar la mejor gobernanza, pero de una manera mucho más discreta y, si se me permite, gris, habremos mejorado este panorama. Y es que las grandes cosas, entiendo, tienen que pasar en la sociedad civil. Consecuentemente los partidos, la Administración y, en general, la cosa pública, han de ser capaces de vivir en una segunda línea, no por ello menos importante. La política, sus cuitas y sus veleidades no han de ser la salsa que todo lo embadurne, porque la clave -a mi juicio- es la capacidad de construir y caminar como sociedad. El poder político -lo más magro posible como cabeza de una Administración más técnica y sencilla- tiene que existir para ejercer un efecto coadyuvante, no para llenarlo todo de fotos y titulares. Y es que, a veces, parece como si tal borrachera estuviese conectada, directamente, con épocas pretéritas donde el gobernante y sus ocurrencias fuesen lo más importante casi por gracia divina...

Urgen otros tiempos, más sencillos, y con menos carga de lo que, verdaderamente, sólo tendría que asegurar la participación de todas las ideas en un gobierno orientado a resultados, y una mejor gestión. Los políticos con vocación y toneladas de servicio a sus espaldas serán los primeros en agradecerlo.