Buenos días de nuevo, al borde de octubre y cayendo prácticamente en el calendario del siguiente mes, noviembre, penultimo del año. Hoy, día 31, se celebra en Galicia el Samaín o Samahín, fiesta de origen celta relacionada con el fin de las cosechas y la preparación para el invierno. El mismo, rescatado en los últimos años para el gran público, convive aquí con otra celebración procedente de lejos, y que cada vez pega más fuerte, auspiciada sobre todo por los sectores del ocio y del comercio, que buscan en tal fecha un acicate para la comercialización de sus productos y servicios. Hablamos de la fiesta de Halloween, Noche de Brujas o Día de Brujas, víspera de todos los Santos y día ligado temáticamente a los muertos, las brujas y el terror. Todo un clásico en países anglosajones, con raíces precisamente en el antedicho Samaín, así como en la celebración cristiana de Todos los Santos. Y, como no, un buen aperitivo para esta jornada que se celebra mañana, 1 de noviembre, y un fin de fiesta, el día 2, con la celebración de Difuntos. Fin de semana largo, no cabe duda, con conmemoraciones para todos los gustos.

Pero también es hoy el Día Mundial de las Ciudades, en la segunda edición desde que en diciembre de 2013 fuese elegida esta fecha por las Naciones Unidas para dedicar a tal temática. Y sobre esto, si les parece, hablaremos en esta columna. Se trata de una jornada dedicada al hecho urbano, y que este año llega con el propósito de abordar los desafíos de la urbanización y avanzar hacia un desarrollo sostenible. No es para menos, habida cuenta de la cada vez mayor concentración de la población del mundo en verdaderas megalópolis, en muchos casos difícilmente gobernables y sostenibles. Urbes que, a pesar de sus diferencias socioeconómicas y geográficas entre sí, tienen muchos problemas, retos y escenarios comunes. Y que, a lo largo de las últimas décadas, han ejercido el efecto de un inmenso imán que ha atrapado en sus redes a miles y millones de personas procedentes de entornos más rurales. La población del mundo, en los últimos tiempos, se ha ido urbanizando más y más.

Según la Real Academia Española, una ciudad es un conjunto de edificios y calles, regidos por un ayuntamiento, cuya población densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas. Tal característica de densidad humana, unida al hecho de que en las mismas la dedicación predominante es, sobre todo, a los sectores industrial, comercial y de servicios, hacen que las mismas sean fuertemente dependientes del sector primario. Es decir, de la actividad de otras personas, en otros entornos más rurales y marítimos, que proveen de productos primarios a las redes comerciales de dichas urbes.

Las diferentes políticas económicas y sociales seguidas por los distintos estados han propiciado la emigración de la población del campo a la ciudad, o viceversa. Fíjense en el caso de China, necesitada de millones de personas en sus ciudades en las últimas décadas, que ha impulsado una emigración muy intensa del rural a lo urbano. Hoy, en un contexto diferente, esto se ha frenado por decreto, y las políticas de fijación de las personas al campo vuelven a tener cierto peso. En casa, en una Galicia tocada de muerte por un hecho demográfico exageradamente adverso, con franjas enteras de población huyendo de una situación laboral crítica -50.000 jóvenes en cinco años han hecho las maletas-, y un crecimiento vegetativo negativo -más muertes que nacimientos-, el rural se ha ido despoblando hasta límites insospechados. Hoy la Administración trata de reaccionar, con campañas publicitarias dirigidas al gran público en las que se anima al mismo a una nueva Ruralización. Pero el campo ha de ser abordado con instrumentos, herramientas y capacidades que hagan de tal opción algo viable. Y esto ni es automático ni evidente, ni es de un día para otro. En efecto, costará un tiempo revertir una situación que, de alguna forma, está agotando las capacidades tradicionales de Galicia como gran proveedor de los mercados agrícola y ganadero.

Las ciudades son una realidad compleja. Una fuente de oportunidades, sin duda. Pero también un cierto espejismo. Porque, frecuentemente, aquello que atrae a las personas a sus mieles y promesas sólo es posible disfrutarlo con un determinado poder adquisitivo. Su falta genera grandes cinturones de exclusión, a menudo mucho más rigurosa que la del medio rural, y que se extiende en los barrios más periféricos. Y es que en el cemento, como dice el otro, no crece nada que llevarte a la boca, y hasta por moverte entre las grandes arterias tienes que pagar.

Ciudades como oportunidad, pero también como gigantesca tela de araña que atrapa, inmoviliza y paraliza. ¿Está el futuro en otra realidad mucho más a la medida de las personas? Soy de los que piensan que sí, a pesar de los oropeles y toda la luz y chirivitas del hecho urbano... Pero ese es otro debate... Hoy se trataba de presentar esta jornada, dedicada a las ciudades y la sostenibilidad... Estas son un hecho innegable y, a partir de aquí, habrá que hacerlas lo más viables y sostenibles posible. ¡Esto sí que es un reto que mete miedo, y no cuatro zombies y tres vampiros pidiendo caramelos!