La suerte está echada. Aunque hay quien pretende seguir intentándolo hasta el último minuto, constatada la incapacidad de las partes contratantes para ponerse de acuerdo, al final no habrá en Galicia una candidatura de "unidad popular" para las elecciones generales del 20 de diciembre. También se descarta por completo la posibilidad de un frente común de ese tipo para las autonómicas del año que viene, si al final se celebran, claro, porque si en el conjunto de España las fuerzas rupturistas se salen con la suya y se pone en marcha un proceso constituyente, no habría autonomías, sino un nuevo Estado con otra estructura territorial, federal, confederal o lo que fuera.

El del pasado fin de semana fue un último intento, ya a la desesperada. Estaba condenado de antemano al fracaso a la vista de las escaramuzas dialécticas que lo precedieron, con los principales dirigentes políticos que debían encarnar la confluencia, lanzando diatribas y hasta descalificaciones los unos contra los otros. Y a la hora de la verdad, faltaron a la cita algunos de los actores con papel estelar en este proceso, ocupados, según reconocieron con desparpajo, en el desarrollo de sus propias estrategias electorales. Tan significativas ausencias constituían en sí mismas un claro menosprecio a los postreros intentos unitarios y a quienes desde la sociedad civil los impulsaron.

Fue la asamblea general de la Fegamp la que firmó, unas horas antes, el borrador del acta de defunción de los intentos de acuerdo para una candidatura conjunta para el 20-D del nacionalismo encarnado por el Bloque y el rupturismo de base municipalista de AGE y Podemos. Una alianza táctica de PSOE y Benegá -en línea con sus pactos en las diputaciones-, llamémosle operación Fontiñas, cerró el paso a las mareas en su legítimo intento de acceder al comité ejecutivo de la federación de concellos gallegos, como les correspondía por gobernar las tres grandes ciudades de la provincia de A Coruña.

La alianza de socialistas y frentistas, aunque no podía sorprenderles del todo, cayó como un jarro de agua fría entre los representantes de las Mareas y sus aliados coyunturales (la Alternativa de Oleiros y pequeños grupos locales). Ya se intuía entre los asistentes a la asamblea de la Fegamp que aquello iba ser tomado como una afrenta por los Ferreiro, Nogueira y compañía y por sus mayores, los Beiras, Yolanda Díaz o Rioboo. No era difícil predecir que los traicionados devolverían el golpe a la primera de cambio y sin esperar a que el asunto enfriase para regodearse en una venganza en toda regla.

Se supone que PSOE y Bloque habrán calculado los costes que para cada uno de ellos puede tener la operación Fontiñas en las municipios y diputaciones en que necesitan de mareas y similares para gobernar. Más probable, sin embargo, es que no hayan tenido en cuenta el daño que pueda comportar para la Fegamp la exclusión de su organigrama del conglomerado político que manda en A Coruña, Santiago y Ferrol. Las iniciativas de la federación de municipios pueden perder, si no legitimidad, al menos representatividad y con ello capacidad de interlocución e influencia.

Véase la decepción que rezuman ahora mismo las redes sociales en el ámbito de la progresía galleguista. Que no haya listas conjuntas de Benegá y Mareas siembra la frustración en mucha gente, comprometida pero sin militancia concreta, que de buena fe impulsó la idea de la convergencia de la autodenominada izquierda real y el nacionalismo. Dieron la cara, arriesgando en el empeño su prestigio personal y se sienten decepcionados por la pervivencia de personalismos y sectarismos partidistas, que dan al traste, una vez más, con la aspiración de Galicia de ser un actor político con voz propia y fuerte y con capacidad de influencia en la configuración de la España que eventualmente pueda salir de la pretendida "Segunda Transición".